La forma de proyecto

Temática

Características y limitaciones

Nos guste o no, la forma de proyecto es hoy uno de los modos hegemónicos de estructurar la práctica artística (y no solo la práctica artística). Así es como está organizado el sistema: es, en cierto modo, una imposición, y por lo tanto no siempre tiene por qué acomodarse bien con nuestro modo de trabajar. Por esta razón es muy importante entender qué significa plantear un proyecto, cómo funciona y cómo va a condicionarnos posteriormente. Un proyecto puede ser una trampa o una ayuda.

Puedes ampliar con: Kunst, B. (2012). «The Project Horizon: On the Temporality of Making». MASKA, Performing Arts Journal (vol. XXVII, núm. 149-150). Disponible en: <http:// www.manifestajournal.org/issues/regret-and-other-back-pages/project-horizon-temporality-making#>

Inauguración de A títol propi. Sant Andreu Contemporani (2009)
Fuente: https://santandreucontemporani.wordpress.com/2009/12/03/inauguracio-a-titol-propi/

La característica principal del proyecto es, como su nombre indica, que es una proyección. Plantear un proyecto significa trazar uno o varios objetivos, planificar los esfuerzos que serán necesarios para alcanzarlos y calcular los recursos y el tiempo que se emplearán en ello. Es decir, que un proyecto se diseña antes de ejecutarlo y, en el mejor de los casos, este diseño se apoya en conocimientos que se tienen previamente y que nos hacen confiar en su interés y factibilidad. Esta es una operativa importada de otras disciplinas y contextos (del ámbito científico, empresarial, de la Administración pública, etc.), que por supuesto hay que haber ajustado para trasladarla a la práctica artística. Por no hacer hincapié en los inconvenientes, sencillamente diremos que la forma de proyecto nos obligará a trabajar distinto.

En un primer momento, en la fase de ideación del proyecto, lo más relevante es:

  • Cuál es el punto de partida. Qué idea, qué imagen, qué punto en el mapa. Para qué contexto trabajamos.
  • Qué tenemos en cuenta. Cuál es nuestro encuadre.
  • Qué narración, qué imaginarios despliega nuestro proyecto. Cómo habla.
  • Qué recursos, habilidades, medios necesitaremos. Qué pasos habrá que seguir. Qué tiempo necesitaremos.
  • Qué riesgos detectamos. Qué factores de indeterminación.
  • Por qué queremos llevarlo a cabo.

Tortuga de Ariadna Guiteras
Fuente: http://www.ariadnaguiteras.com/tortuga/

En la fase de formalización o ejecución, lo más relevante es:

  • El método: cómo traducimos nuestro proyecto en procesos de trabajo ordenados hacia un fin.
  • La negociación con la realidad: cómo encaja lo que hemos proyectado con lo que hay y con lo que podemos hacer.
  • La gestión de los recursos, los tiempos, las colaboraciones.
  • Finalmente, la (auto)evaluación: el ajuste entre lo proyectado y lo hecho.

Lo que puede suceder o no

Obviamente los imprevistos suceden o también podemos revisar nuestro plan inicial y alterarlo voluntariamente, pero no debemos alejarnos mucho de lo que era nuestro objetivo (u objetivos). Hay una dimensión cuasicontractual del proyecto, una preclusión, aunque no sea estricta, de lo que se puede aceptar como resultado ajustado del mismo.

El proyecto debe tener resiliencia, es decir que debe ser capaz de absorber imprevistos, reaccionar ante cambios y factores que no se habían considerado. Algunos proyectos, sobre todo los que ponen en juego componentes de azar o de interacción, deben tener en cuenta muchos factores que no se pueden controlar propiamente. El proyecto tiene que contener un estudio sobre la contingencia, sobre lo que puede o no puede suceder, sobre los riesgos y las oportunidades, y ello sin desvirtuarse, sin perder sus rasgos. Una opción es incluir un margen de indeterminación muy bien calculado en el proyecto. ¿Contemplar el fracaso como posibilidad es capitalizar ese fracaso?

Hay una suerte de diálogo entre el «yo» del pasado que diseñó el proyecto y el «yo» posterior que lo pone en práctica. Debemos darnos margen de maniobra. En la fase de ejecución nos lo agradeceremos a nosotros mismos.