Palabras clave
pintura; vida moderna; sociedad.
Descripción
Es posible cartografiar los profundos cambios sociales, culturales y tecnológicos ocurridos en el siglo XIX analizando las obras de arte del período. A lo largo del siglo se fue gestando una nueva manera de conceptualizar, entender y hacer arte, que florecerá plenamente en el siglo posterior. El siglo XIX fue el momento de consolidación de la clase burguesa que, poco a poco, asumió la posición de poder en la jerarquía social que durante largos siglos permaneció en manos de la nobleza y de la aristocracia. La burguesía fue imponiendo sus modelos, revistiendo antiguas formas y reciclando el gusto estético, encaminando las representaciones hacia sus propias características y anhelos. Las ciudades se remodelaron con propuestas urbanísticas que satisfacían las necesidades de la flamante burguesía, pero también acondicionándose para albergar a la enorme masa de obreros que trabajaban para impulsar el proceso de modernización. Se abren largas avenidas y bulevares que, junto a las rotondas, articulan la ciudad y renuevan el concepto de lo urbano. A lo largo de estas amplias vías se inauguran cafés, restaurantes, cabarets, y otros equipamientos indispensables para saciar la inédita necesidad de ocio de una capa de población que cada vez se verá más incrementada.
Fue en los años finales de ese siglo cuando París se transformó en símbolo del progreso, el arte y la cultura, y se consagró como capital del mundo y de la joie de vivre. La ebullición de la ciudad era el reflejo del fin de la guerra franco-prusiana que, a pesar de terminar con la derrota de Francia, marcó un nuevo momento político más sereno para Europa, acompañado de un desarrollo económico que finalmente otorgaba mayor poder político a la burguesía industrial. En aquel entonces los templos de la joie de vivre parisina eran los café-concierto que se multiplicaron en la ciudad, con una enorme demanda y un público muy fiel. A principios de la década de 1870 funcionaban por lo menos 145 de estos establecimientos en la ciudad (Clark, 2004). Uno de los café-conciertos más conocido fue el Cabaret Folies Bergère en Montmartre, que el artista Édouard Manet (1832-1883) captó en su última obra, Un bar del Folies Bergère, finalizada un año antes de su muerte prematura a los 57 años, víctima de la sífilis.
Localizado en el bohemio barrio de Montmartre, el Folies-Bergère era una de las tantas salas de música de cabaret de la época. Se inauguró en 1869 como un sitio urbano de «placer moderno», y contaba con un programa de variedades que iba desde números de acrobacia –véanse los zapatos verdes en un balancín en el extremo izquierdo superior de la tela–, hasta operetas, pantomimas y actuaciones con animales (Jones, 2019). Debemos hacer algunas precisiones sobre los café-concierto: eran cafés, no teatros. De acuerdo con el historiador británico T. J. Clark (2004), esta distinción entre café y teatro se tomaba muy en serio, llegando a definirse por ley, en un principio, que en los espectáculos de los cafés solo podía figurar un cantor, cantora o cómico. Por este motivo, los espacios de los cafés utilizaban los propios elementos del salón –candelabros, estatuas, etc.– para alcanzar el grado de decoración que requería el espectáculo. Paulatinamente, el Estado fue permitiendo que las figurantes que se exhibían detrás del o de la cantante se moviesen. Siguiendo la descripción de Clark (2004) para lograr el ambiente estridente, vulgar y moderno de los cafés, la luz era un elemento fundamental. Al principio se utilizó la iluminación a gas que, poco a poco, fue sustituida en los cafés de categoría más elevada por el «resplandor de la electricidad», otro de los signos de la vida moderna. Pueden verse las enormes arañas y los reflejos circulares de luz blanca que Manet recrea en el espejo de Un bar de Folies-Bergère.
Los café-concierto eran frecuentados tanto por la clase obrera como por la burguesía y la naciente pequeña burguesía, pero esto no implicaba que allí se operase una mezcla de clases sociales. Más bien, como puntualiza Clark (2004), en estos locales se establecía una especie de acuerdo entre las clases para escuchar las mismas canciones. El distanciamiento interno se establecía por el dinero: cobro de tasas de admisión, variación de precios de las bebidas de acuerdo con la posición de los asientos, existencia de reservados. Véase, por ejemplo, la imponente vestimenta de las señoras y los sombreros de copa que intuimos en las mesas más cercanas al escenario, en la parte superior izquierda del cuadro de Manet, justo debajo de los pies de la acróbata. Hay algunas suposiciones que indican que la mujer vestida de blanco con guantes amarillos que destaca en esta primera fila pudiera ser Méry Laurent (Folies Bergère, s.f.). Esta misma mujer, frecuentadora y musa de la noche parisina, paradigma de las demi-mondaine, había influenciado también a Émile Zola en la creación de la protagonista de su novela Nana, otro canto a la modernidad del siglo XIX. A la derecha de la supuesta Laurent, observamos a una mujer que, con la cabeza ladeada, sostiene con sus manos enguantadas unos binoculares o lentes de ópera. Esta figura pudiera ser un guiño de Manet a la obra En el palco (1878), donde la artista Mary Cassatt ilustra el ocio de la clase burguesa en el teatro, muy popular en aquellos momentos entre las clases más altas. Entre tanto, más interesante aún resulta evidenciar este diálogo artístico representacional entre los artistas pertenecientes al grupo impresionista, el primer grupo de la historia basado en la igualdad (Pollock, 2018).
Sin embargo, si bien vemos reflejado en el gran espejo del cuadro de Manet a todo el bullicioso, ruidoso y diverso público que asistía a los espectáculos de variedades del Folies Bergère, el personaje central de la obra, la camarera que nos observa, aparece calmada, distraída y sumida en sus pensamientos. Parece que nos mira, pero si observamos con más detenimiento en el reflejo del espejo, podemos percibir que mira hacia un caballero que, probablemente, está esperando alguna bebida o alguna otra mercancía, de acuerdo con algunos atributos que Manet asocia a la joven. La perspectiva de esta escena que vemos a través del espejo –que no responde a las leyes de la óptica, puesto que está desplazada hacia un lado– ha generado infinidad de análisis y consideraciones elaboradas por intelectuales que percibieron en este supuesto «fallo» de Manet, un signo fundamental de la revolución de la vida moderna que se estaba experimentando en aquel momento.
Para la historiadora del arte Griselda Pollock (2018), muy lejos de equivocarse, el pintor francés ha creado este efecto para inquietarnos como espectadores. Romper las reglas de la pintura era necesario para crear un arte propio de la vida moderna. Así, capta la ambigüedad del mundo coetáneo, donde diversos planos empiezan a convivir, pero sin concordar exactamente. Si sumamos esto a la actitud evasiva y la mirada vacía de la camarera, podemos percibir una atmósfera que es reconocible hasta la actualidad, como cuando en el metro o en el autobús, incluso estando entre la multitud, el individuo sigue estando aislado. Así como la camarera que se muestra indiferente frente a la velocidad de la vida moderna, estamos obligados a aislarnos de la multitud para hacer frente a ella.
Entre tanto, Pollock va más allá en su análisis acerca de la extraña figura central de la obra. La presencia de una camarera era algo inusual a finales del siglo XIX, los hombres eran quienes seguían sirviendo las mesas. Viste a la última moda con un ajustado corsé pero, a diferencia de las damas de la época, no lleva guantes. El detalle de desvestirla de los guantes delata que esta mujer es diferente, pertenece a la clase trabajadora y está en su lugar de trabajo (Pollock, 2018). Espacio que las mujeres habían comenzado a ocupar hacía muy poco tiempo y que resultaría otra de las grandes revoluciones de la vida moderna.
Hay una especie de consenso de que Un bar del Folies-Bergère es la obra que remarca determinados aspectos que moldearon la vida y el mundo que reconocemos hasta la actualidad. El pintor encuentra en el café-concierto el escenario ideal para plasmar los cambios, revoluciones y ambigüedades que dieron forma a este nuevo sentido de construir y estar en el mundo. Sin embargo, una misma obra de arte, mirada y analizada desde diversos prismas teóricos y metodológicos, nos puede brindar un enorme abanico de interpretaciones y construcciones sociales, como atestigua 12 views of Manet Bar (Collins, 1996). En el libro, doce autores y autoras, utilizando métodos de investigación que van de la semiótica al feminismo, se acercan a la obra de Manet, evidenciando que, al buscar nuevas visiones para la pintura, más que estudiar una obra aislada se construye historia del arte.
Bibliografía
Clark, T. J. (2004). A pintura da vida moderna. Paris na arte de Monet e de seus seguidores. São Paulo: Companhia das Letras.
Collins, Bradford R. (ed.). 12 views of Manet Bar. Nueva Jersey: Princeton University Press.
Folies Bergére. «Du 19ème au 21ème siècle…». En: Folies Bergère. Disponible en: <https://www.foliesbergere.com/fr/trois-siecles-d-histoire>
Jones, Christopher P. (17 de agosto de 2019). «Great Paintings: A Bar at the Folies-Bergère by Édouard Manet». En: Thinksheet. Disponible en: <https://medium.com/thinksheet/great-paintings-a-bar-at-the-folies-berg%C3%A8re-by-%C3%A9douard-manet-a6f444cca167>
Pollock, Griselda (25 de julio de 2018). «The Modern Woman: Manet’s A Bar at the Folies-Bergère». En: Heni Talks [vídeo en línea]. Disponible en: <https://vimeo.com/280557812>