Palabras clave
turismo; museo; políticas culturales; gentrificación.
Descripción
Un estudio elaborado en la ciudad de Málaga en 2017 (Europa Press) situaba a cinco museos de la ciudad entre los diez primeros de España en cuanto a carga turística, o sea, la relación entre la venta de entradas de estos equipamientos y las pernoctaciones de los turistas en los hoteles de la ciudad. El CAC Málaga (Centro de Arte Contemporáneo), inaugurado en 2003, se encontraba en el segundo lugar nacional. También abierto en 2003, el Museo Picasso ocupaba el tercer puesto. La filial malagueña del Centre Pompidou, que inició sus actividades en 2015, ocupaba el octavo lugar, seguido por el Thyssen malagueño, abierto en 2011. Cerraba el ranking la Fundación Picasso-Museo Casa Natal, que programa actividades culturales desde el año 1988.
Los datos generados por el mismo estudio indicaban que la mayoría de los turistas vinculaba la idea de «ciudad de museos» a otras ciudades europeas antes que a Málaga. En cambio, manifestaban que la ciudad andaluza tenía mejor clima y que su oferta museística era de las más variadas (Europa Press, 2017). Esta variedad se refiere a que la ciudad alberga, de acuerdo con la web Málaga Museum, casi cuatro decenas de instalaciones de las más diversas tipologías, desde los importantes museos de arte citados anteriormente, pasando por espacios dedicados a objetos etnográficos, o a la agricultura, hasta una peculiar franquicia del Museo de la Imaginación, ideado por dos ucranianos y con instalaciones también en Madrid y Barcelona. De modo que, si los turistas todavía se resisten a asociar la ciudad con los museos, persistiendo la imagen de sol y playa, no se debe a la falta de esfuerzo por parte de instituciones públicas y privadas que, en los últimos años, propiciaron que estos espacios floreciesen sin cesar en la zona.
En otra investigación basada en datos empíricos (García Mestanza; García Revilla, 2016), se apuntó a una relación directa entre el exponencial aumento de turistas que visitaron Málaga en la década comprendida entre 2004 y 2014 con el desembarco de las atractivas instituciones museísticas en la ciudad. El término «desembarcar» es ideal para indicar la débil relación de estos centros con la ciudad, en un símil con los turistas que llegan en un crucero, pasan un breve lapso de tiempo en la ciudad, en locales adaptados a sus gustos y necesidades, antes de partir a otro puerto. Varios de los museos instalados en Málaga son franquicias de grandes instituciones –como algunos de los ejemplos citados anteriormente– que reciben importantes cantidades de dinero procedente del presupuesto público y cuya permanencia, como denuncia la plataforma Gente Corriente (2017), se prevé por un tiempo determinado, solamente mientras el equipamiento sea rentable. En lo que se refiere a las instituciones dedicadas al arte, la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo Málaga cierra, por el momento, junto al Museo Carmen Thyssen y el Centre Pompidou, la lista de museos franquicia que han desembarcado en la ciudad andaluza en los últimos años.
Entre tanto, los defensores de la implementación de estas instituciones podrían argumentar que la apuesta por el turismo cultural amplía la oferta de exposiciones y diversas otras actividades que programan estos museos, lo que permitiría que su población tuviese un mayor acceso a la «cultura݁ y, por ende, a una «educación cultural». Sin embargo, si retomamos el hecho, antes señalado, de que parte de los museos que desembarcaron en Málaga pertenecen a franquicias internacionales, que poco o nada dialogan con la realidad y con la historia de la zona y de sus habitantes, esa argumentación resulta bastante discutible.
La promoción y construcción de instituciones vinculadas a la cultura, léase museos o centros de arte, como detonantes de procesos urbanísticos de revitalización y «modernización» de las ciudades –y, por ende, su «turistificación»–, se ubica en lo que hace años se definió como «efecto Guggenheim», utilizando como ejemplo el sonado caso de la filial del museo neoyorquino instalada en Bilbao. El filósofo Iñaki Esteban (2007) señala la entrada en un nuevo momento del capitalismo tardío, que se abría a todo el potencial globalizador y «estetizante» de una sociedad que consume información con extrema voracidad. Esteban apuntaba que cuando un ornamento, un equipamiento que inicialmente no es esencial para el funcionamiento de una ciudad –el museo en este caso–, se pone en marcha cumpliendo con una serie de funciones que van más allá de lo meramente cultural (imagen y publicidad, economía y política), sirve para recuperar los «espacios basura» de las ciudades, espacios que caen en desuso o se deterioran debido a reconversiones de la actividad económica. En este sentido, el texto de Iñaki Esteban, escrito en el décimo aniversario de la sucursal bilbaína del Guggenheim, califica como exitoso su caso, ya que, con su ornamento, se ha logrado la creación y transmisión de una nueva condición de ciudad –moderna, novedosa, lujosa, erudita–, impulsándola como potencial destino turístico. Sin embargo, en lo que atañe a términos estrictamente artísticos –no hay que olvidar que se trata de un museo de arte–, voces autorizadas se levantaron en aquellos años para reflexionar de manera crítica acerca de las nuevas relaciones que se conformaban entre esta tipología de museo, el arte contemporáneo y los públicos.
Tal fue el calado e impacto de estas discusiones que en 2004 se organizó un simposio en el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada en 2004 titulado Aprendiendo del Guggenheim Bilbao1, y coordinado por Anna María Guasch y Joseba Zulaika. En él, profesionales de distintas áreas –como el político Jon Azúa, los artistas Andrea Fraser y Hans Haacke, el historiador Serge Guilbaut o los historiadores y críticos de arte Lucy Lippard y Keith Moxey– examinaron los primeros años del museo alejándose del discurso oficial triunfalista (Vozmediano, 2008). En la reunión se plantearon temas como la predominancia del continente (la arquitectura, el museo) sobre el contenido (las demás tipologías artísticas, las obras) en la concepción de estos espacios. Este aspecto, aunado con su gestión administrativa que cabalga entre lo público y lo privado, conduce a otras disyuntivas, por ejemplo, la constitución de escasas colecciones estables, pese al alto presupuesto anual que acapara. En consecuencia, predominan las exposiciones temporales, relacionadas poco o nada con la identidad cultural de la ciudad donde se instala el museo, ya que suelen venir diseñadas desde la «sede institucional» contando con obras de impacto de artistas renombrados. Estas muestras, ideadas para atraer un mayor número de turistas espectadores, se desentienden del medio artístico local, causando muy poco impacto en la producción y en la comercialización de sus obras (Vozmediano, 2008). Pese a todas estas críticas, el «efecto Guggenheim» se ha intentado imitar con la adopción de medidas similares y la construcción de equipamientos culturales en distintas ciudades de países de todos los continentes. La propia fundación Guggenheim fue solicitada por diversas administraciones para replicar el modelo, iniciativa fallida en casi todos los intentos, con excepción del caso de Abu Dhabi, donde el edificio del museo, otro proyecto del arquitecto Frank Gehry, lleva algunos años de retraso. En España podemos encontrar otros ejemplos con algo menos de éxito que el caso bilbaíno, como por ejemplo el Centro Niemeyer, inaugurado en 2011 en la ciudad de Avilés en los terrenos de la ría cercanos al puerto. En 2017, el mismo Iñaki Esteban vaticinaba que el «modelo Guggenheim» era muy difícil de replicar, ya que
«sin el consenso político y un plan urbano de mayor alcance, sin la buena coyuntura económica a nivel global y la singularidad de un edificio en una época en la que no había tantos edificios singulares, nada habría sido lo mismo» (Esteban, 2017).
Retomando al caso malagueño, la apuesta por la modernización y por el turismo cultural con el evidente estímulo a la implantación de nuevos museos en parte ha logrado incrementar de manera significativa el número de visitantes a la ciudad y, por ende, toda la actividad económica y generación de empleo relacionada con el turismo. Entre tanto, por otro lado, esta apuesta ha originado una serie de problemáticas ciudadanas y patrimoniales que no deberían pasarse por alto.
Los elementos patrimoniales autóctonos del centro histórico de la ciudad –la Catedral, la Alcazaba o el Teatro Romano– se han visto poco a poco menospreciados por la «modernización» reflejada por los nuevos museos (García Mestanza; García Revilla, 2016). Además, se ha visto un incremento considerable de demoliciones en el centro histórico creando espacios que, en muchos casos, se han utilizado para la construcción de nuevos y modernos edificios. Algunos de los edificios derrumbados formaban parte de su patrimonio histórico, pero, al no existir medidas de conservación y protección, alcanzaron un alto estado de deterioro, facilitando que al final se concediese el permiso de demolición (Sau, 2018). Los permisos para intervenciones de este tipo son gestionados por las administraciones locales, por lo que podemos ver en este tipo de procesos la manifestación de un interés por dotar a la ciudad de una determinada imagen, más afín al atractivo turístico antes mencionado. Por lo tanto, sería de vital importancia implementar acciones de gestión, conservación y difusión, para que estos elementos puedan convivir con la nueva oferta cultural. Una postura que, si está bien planteada e ideada, podría fomentar un mayor diálogo entre bienes patrimoniales «autóctonos» e «importados», lo que, incluso, podría representar un importante y novedoso atractivo turístico.
Otra de las problemáticas surgidas a raíz de la proliferación de museos se originó en el hecho de que una parte significativa de estos equipamientos se instalaron en la zona centro, donde se encuentran también la mayoría de los bienes «autóctonos», citados anteriormente. El proceso de turistificación de esta zona central exigió una adaptación del entorno para que este ofreciera comodidad al visitante. Así, como hemos visto en tantas ciudades en los últimos años, proliferaron la construcción o remodelación de hoteles, restaurantes y bares orientados específicamente al turismo. Este proceso empuja al alza los precios de los alquileres y de compra y venta de los edificios de la región, desplazando a la población residente y los negocios «de toda la vida» hacia las zonas periféricas.
La gentrificación impuesta por este tipo de desarrollo urbano, social y económico, representa una situación contemporánea muy difícil de paliar. Algunas organizaciones –por ejemplo, la plataforma ciudadana Málaga no se vende– defienden atajar los incentivos públicos al turismo y apostar por políticas centradas en la población local, así como una mayor diversificación de las actividades económicas para que no tengan que depender casi exclusivamente del turismo. Otros sectores, vinculados a la actividad turística, aceptan el hecho de que la turistificación ha generado importantes problemáticas en las ciudades y proponen estrategias de descentralización geográfica, llevando las «atracciones» a otras zonas de la ciudad que necesitan ser regeneradas (García Mestanza; García Revilla, 2016), retomando el «efecto Guggenheim». Otro sector que, por desgracia, todavía representa una parcela muy significativa en el poder, hace oídos sordos a estas reivindicaciones y a las evidencias que emergen de las investigaciones y que podemos corroborar con solo mirar las ciudades. Siguen defendiendo e impulsando la turistificación solamente por el alto impacto económico que reporta a las ciudades (González, 2020). No tienen en cuenta que la ciudad es un entramado de capas ubicadas en un mismo nivel, interconectadas e indivisibles, donde, además de su economía, encontramos a sus habitantes, urbanismo, geografía, historia, cultura, y un largo etcétera.
1 Posteriormente, las intervenciones presentadas en el congreso fueron recogidas en el libro: Anna María Guasch y Joseba Zulaika (ed.). (2007) Aprendiendo del Guggenheim Bilbao. Madrid: Akal.
Bibliografía
Esteban, Iñaki (2007). El efecto Guggenheim. Del espacio basura al ornamento. Barcelona: Anagrama.
Esteban, Iñaki (2017). «El efecto Guggenheim. Un hito arquitectónico para la regeneración urbana». En: Goethe Institut. Disponible en: <https://www.goethe.de/ins/uy/es/kul/mag/20988133.html>
Europa Press (9 de enero de 2017). «El impacto económico de turistas que visitan Málaga por sus museos alcanza 547 millones». En: Europa Press. Disponible en: <https://www.europapress.es/andalucia/malaga-00356/noticia-impacto-economico-turistas-visitan-malaga-museos-alcanza-547-millones-20170109154403.html>
García Mestanza, Josefa; García Revilla, Raquel (2016). «El turismo cultural en Málaga. Una apuesta por los museos». En: International Journal of Scientific Managment Tourism, vol. (2)3, pág. 121-135. Disponible en: <https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5665944>
Gente Corriente (2017). «La gentrificación y sus efectos en Málaga». En: Gente Corriente. Actualidad crítica sobre Málaga. Disponible en: <http://desdemalagaconaumor.blogspot.com/2017/04/la-gentrificacion-y-sus-efectos-en.html>
González, Miriam (12 de junio de 2020). «El valor añadido del sector que discuten Garzón e Iglesias». En: El economista. Disponible en: <https://revistas.eleconomista.es/turismo/2020/junio/el-valor-anadido-del-sector-que-discuten-garzon-e-iglesias-DY3427500>
Sau, Jose Antonio (18 de junio de 2018). «Málaga ha tirado la mitad de sus edificios históricos». En: La opinión de Málaga. Disponible en: <https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2018/06/18/malaga-devorado-mitad-edificios-historicos/1014413.html>
Vozmediano, Elena (s. f.). «El Guggenheim Bilbao, después del “efecto”». En: Revista de Libros, núm. 137. Disponible en: <https://www.revistadelibros.com/articulo_imprimible.php?art=38&t=articulos>