4.1. La mano que piensa
El triángulo cognitivo ojo-mente-mano produce una manera de pensar particular que experimentan todos aquellos que le dedican unas cuantas horas al dibujo.
Una buena parte del conocimiento que adquirimos dibujando queda en el cuerpo. Por eso, algunos maestros de dibujo dicen que «la mano sabe», o utilizan la máxima: «Cuantas más horas lo hagas, mejor lo harás».
Sin embargo, esta argumentación es diferente a la de Maurice Grosser, que dice:
«El pintor dibuja con los ojos, no con las manos. Sea lo que sea lo que ve, si lo ve con claridad, puede dibujarlo. Y aunque hacerlo quizá requiera mucho esmero y trabajo, no exige más agilidad muscular que la que necesitará para escribir su nombre. Lo importante es ver claro.» (Grosser, citado por Edwards, 1979/2000, pág. 32)
Si bien es cierto que, como dice Edwards, «aprender a dibujar es aprender a mirar», dibujar es también desarrollar la sensibilidad de nuestras manos a través de la práctica constante, así que habrá que entrenarlo todo: el ojo y la mano.
En La mano que piensa [1] (1999/2014), Juhani Pallasmaa hace una interesante reflexión sobre la esencia de la mano y su importante papel en la evolución de las destrezas, la inteligencia y las capacidades conceptuales del ser humano. El libro de Pallasmaa analiza el fenómeno de la mano y la presenta no solo como una parte del cuerpo que ejecuta pasivamente, sino como un ejecutor con intencionalidad y habilidades propias.
Pallasmaa argumenta que la relación entre el ojo, la mano y la mente es clave para todo aquel que se dedique a las actividades manuales:
«A medida que se perfecciona gradualmente la interpretación, la percepción, la acción de la mano y el pensamiento pierden su independencia y se convierten en un sistema singular y subliminalmente coordinado de reacción y respuesta.» (Pallasmaa, 1999/2014, págs. 90-91)
Para Pallasmaa, «la unión del ojo, la mano y la mente crea una imagen que no es solo un registro o representación visual del objeto, sino que es el objeto en sí mismo» (Pallasmaa, 1999/2014, pág. 91; la cursiva es suya) porque, tal como argumenta más adelante, cuando un pintor pinta una escena, la mano va más allá de intentar imitar o duplicar aquello que ve el ojo o aquello que imagina la mente:
«Pintar es un acto singular e integrado de aquello que la mano ve, que el ojo pinta y que la mente toca.» (Pallasmaa, 1999/2014, págs. 91-92)
En la misma línea, Franck sugiere:
«Y sobre todo: no te esfuerces demasiado, no «pienses» sobre lo que estás dibujando, simplemente deja que la mano siga lo que el ojo ve. Déjala acariciar…» (Franck, 1973, p. XV)
Franck dice también: «Si no dibujo durante una semana la coordinación se altera, la comunicación entre ojo y mano se pierde» (1973, pág. 87). Esta opinión, que puede sonar algo extremada, es muy acertada: los dibujantes, al igual que los cirujanos y otros profesionales que trabajan con la conexión ojo-mente-mano, necesitan practicar regularmente justamente para no «perder la mano». Por esa razón, es preferible dibujar un rato cada día antes que concentrar la práctica en un único día de la semana.