Muchxs investigadorxs provenientes de los estudios de género, y lxs que hacen énfasis en la tradición psicoanalítica, han centrado sus producciones teóricas en torno a la categoría cuerpo. Esto ha sucedido en gran medida a causa del giro intelectual que ha provocado el impacto de la teoría feminista en los últimos cuarenta años, incluyendo en esta tradición la que hemos denominado queer. Así, el cuerpo y su compleja relación entre sexo y género comienza a recibir progresivamente especial atención en las ciencias sociales y humanas. Es el cuerpo el que irrumpe en la escena con la performance feminista de los años 70, como un gesto artístico que será sobre todo político. Es un cuerpo que se abre al debate y que lejos está, todavía hoy, de generar consenso.
Los movimientos de liberación de las mujeres surgidos en los años 60, anclados en la tradición reivindicativa que abre la filósofa francesa, Simone de Beauvoir con El segundo sexo, publicado en París en 1949, han desplegado una prolífera producción intelectual multidisciplinaria que se articulará pronto conformando un corpus teórico llamado Teoría feminista/Teorías del género, así como un campo de investigación, de metodologías y de pedagogías que se vertebrará en buena medida, aunque no solo, en los llamados Estudios de la mujer/Estudios feministas.
Desde estas posiciones, doblemente articuladas por su actividad académica y por la activista, todos los esfuerzos se dirigirán a visibilizar a las mujeres en la esfera de lo social, explicar su opresión y alcanzar relaciones más igualitarias entre varones y mujeres en todos los ámbitos de relación. Aunque las formas de explicar la subordinación fueron diversas, todas tomaban como referencia la categoría mujer, que surge y se enuncia como sujeto político mujer.
Fue Simone de Beauvoir la primera en denunciar la estructura de lo Uno y lo Otro, o del Sujeto y el Objeto, como matriz que ordena el campo de lo humano. Pero esta denuncia ya estaba presente en otros medios literarios como la novela o la poesía de ciertas escritoras modernistas como Virginia Woolf, Gertude Stein o Djuna Barnes. Esta matriz establece posiciones de sujeto privilegiadas (las de los hombres), y otras subordinadas y objetualizadas (las de las mujeres). El esquema de Beauvoir, sintetizado en el mítico enunciado «no se nace mujer, llega una a serlo», tiene una potencia explicativa doble: para visibilizar la opresión de las mujeres, pero también para poner en evidencia la propia construcción del pensamiento occidental de carácter dicotómico que lo jerarquiza todo —en este caso, la diferencia sexual—, estableciendo como natural una dicotomía más, la del orden sexual, que establece la preponderancia de lo masculino frente a lo femenino.
Posteriormente, con la llamada Segunda ola del feminismo, la introducción de la categoría género complejizó el debate, instalando un análisis relacional contextualizado que permitió reformular la noción de mujer ahistórica, esencial y universal. El género, como categoría política y de análisis, ofreció herramientas útiles para una actuación y comprensión del carácter relacional y del largo proceso histórico de construcción social que sostiene la diferencia entre varones y mujeres. Al mismo tiempo, denunció la lógica binaria y excluyente que ordena la distribución del poder entre varones y mujeres de forma no equitativa. En síntesis, la introducción del género en el campo del feminismo produjo un gran avance en la comprensión de la diferencia entre varones y mujeres como producto de normas culturales, un avance teórico significativo, ya que permitió comenzar a pensar la subordinación de las mujeres por fuera del campo de la naturaleza y del esencialismo que establecía la diferencia sexual. Y así, mientras el género es producto de un proceso cultural, el sexo se seguirá refiriendo a los caracteres anatómicos, a los cuerpos de varones y mujeres, en tanto fijos, naturales, inmutables, precisos y acotados. De esta forma, se instaura una nueva dicotomía, una suerte de fundacionalismo biológico, donde sexo y género existen como entidades autónomas, y donde se mantienen el sexo y el cuerpo, como una interficie natural y neutra. Esta autonomía será la que rebatirá Judith Butler, y con ella, por diferentes vías, el activismo y la teoría queer. A partir de aquí, se cuestionará el dimorfismo que el sexo impone al cuerpo.
Género: pero ¿qué es el género? Para responder esta pregunta también deberíamos preguntarnos qué no es, y qué lo diferencia del sexo y de la sexualidad y qué cuerpos hace y deshace. La historiadora Joan Scott lo definió así:
«El género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y (…) es una forma primaria de relaciones significantes de poder».
Scott (2002, p. 32).
Las aportaciones de la filósofa Judith Butler van a ampliar la conceptualización del género al concebirlo como performatividad, situándolo en la tradición que va de Austin a Derrida, en la genealogía que establece de la historia y del poder Foucault y el constructivismo de Beauvoir.
Ved:
Scott, J. W. [Joan W.]. (2002). El género: una categoría útil para el análisis. Revista del Centro de Investigaciones Históricas, 14, 9-45. https://revistas.upr.edu/index.php/opcit/article/view/16994
Curso: “Judith Butler y la revolución queer. Identidad, género y lucha política”. Madrid, Traficantes de Sueños, del 22 de noviembre de 2021 al 13 de enero de 2022. Programa disponible en: https://www.traficantes.net/nociones-comunes/judith-butler-y-la-revolución-queer
Butler, J. [Judith]. (2017). ¿Qué significa que el género es performativo? [Vídeo]. https://www.youtube.com/watch?v=O61gWMsJEOE
Sabsay, L. [Leticia]. (8 de mayo de 2009). Judith Butler para principiantes. Página 12. https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-742-2009-05-08.html
El género en disputa (Butler, 2007) se propone vaciar la categoría de género de sus significados y visiones fundadas sobre la base de un cuerpo naturalmente sexuado y dicotómicamente estructurado y confrontado. Por otra parte, lo natural del sexo y del cuerpo debe entenderse como lo profundamente arraigado en convencionalismos sociales, que además cambian en cada cultura (Haraway, 1992). La propia Butler subrayará que no existe un estatus ontológico del cuerpo por fuera de los múltiples y variados actos que constituyen su realidad de género (Butler, 2007). En suma, sexo y género nunca van a poder adquirir su valor jerarquizado en posiciones dicotómicas por un afuera de los significados culturales. Además, Butler señalará que es la heterosexualidad obligatoria, la disciplina que imprime a los cuerpos la heteronormatividad, la que inscribe el propio dispositivo normativo sobre los cuerpos, un dispositivo violento que apenas ha sido cuestionado por lxs investigadorxs y que es percibido en su cotidianidad como normal.
En este sentido, podríamos concluir que uno de los propósitos, si no el principal, de las primeras obras de Butler es la desnaturalización y desestabilización del régimen heterosexual, exponiendo las tensiones y la precariedad que se establecen entre sexo y género, y poniendo la performatividad en el centro de este proceso de desenmascaramiento. Pero quisiera insistir que esta gran empresa filosófica no debe entenderse como un mero ejercicio intelectual, antes bien, y según las palabras de lx propix Butler, obedece, en última instancia, a un preciso objetivo de carácter ético y político: «contrarrestar la violencia de las normas de género» (Butler, 2007, p. 29).
Desnaturalizar el género/sexo dentro de la tradición de los estudios y prácticas artístico-culturales queer tiene su origen en el deseo intenso de contrarrestar la violencia normativa que conllevan las morfologías ideales del sexo —cuerpo— (de lo masculino y femenino, de lo que es, o debe ser, un hombre y una mujer), así como eliminar las suposiciones dominantes acerca de la heterosexualidad natural, o presuntamente natural, en que se basan en los discursos populares y académicos acerca de la heterosexualidad.
El activismo queer y sus derivas teóricas, metodológicas y artísticas se enraízan en un deseo encarnado que se dirige en primera instancia en hacer la vida posible, de ampliar el horizonte y las posibilidades de vida, de posibilidades de vida en cuerpos que ya son, eran, queerpos. Queerpos en los que convergen procesos de racialización, de clase social, de identidad serológica, entre otras muchas, que estructuran la potencia y las posibilidades de un cuerpo, que también será social y político.
Butler, al igual que lxs principales productorxs de pensamiento queer, también rastrea a Freud y a Lacan para interrogar al cuerpo. Todxs ellxs afirmarán, como punto de partida, el carácter inseparable del cuerpo físico y de la psique. El acceso al cuerpo y a la anatomía se hace a través del lenguaje y coincide con un esquema imaginario. No se niega en ningún momento el carácter material del cuerpo, el de las esferas anatomofisiológicas y biológicas, sin embargo, nos proponen, especialmente Butler, pensar qué matrices interpretativas condicionan, permiten y limitan tal materialidad. De forma muy resumida, para Butler el yo es fundamentalmente un yo corporal, y los contornos del cuerpo son sitios que vacilan entre lo psíquico y lo fisicomaterial. Pero además argumenta que no existe un yo previo que asume un género determinado, sino que accedemos y nos identificamos con un cuerpo a través de enunciados, del propio lenguaje, que se encuentran altamente generizados y que establecen los contornos posibles de la diferencia sexual, de lo masculino y femenino, del hombre y de la mujer como únicas posibilidades de existencia. Por esta razón, para Butler, y para muchxs pensadorxs queer-feministas, es posible afirmar que la identidad de género y la morfología del cuerpo responden a un mismo proceso: el sexo —el cuerpo—, el género, son entidades todas ellas culturales, donde la anatomía no es el destino. Por el contrario, identidad y cuerpo son dos dimensiones estrechamente interconectadas, constituidas y afectadas a través del mismo proceso.
En cualquier caso, en este proceso hay fisuras en las prohibiciones y regulaciones normativas, puesto que no siempre implican eficacia en la producción de cuerpos sumisos y estables que acaten en su totalidad el ideal social previsto de ser hombre o mujer y de lo que debe ser un hombre y una mujer. El devenir histórico nos muestra las fallas del sistema de la matriz heteronormativa y, con ellas, las posibilidades reales de concebir y materializar imaginarios alternativos a los establecidos como dominantes. De hecho, estos «errores del sistema» han ocurrido y siguen ocurriendo, pero de lo que se trataría, como uno de los horizontes políticos deseables, es de que ocurran en un campo de posibilidades donde la violencia no esté inscrita y codificada como lo previsible y posible, en forma de continuas agresiones aceptables y aceptadas, mientras lo no posible, imposibilitado y dificultado se codifica como abyecto.
La crítica queer, que apunta al cuerpo y a la noción morfológica de sexo, ha erosionado —que no dinamitado— la estabilidad del binario sexual, con lo que el sujeto político del feminismo se amplía. Pero esto conlleva nuevas discusiones y problemas, todavía sin resolver. Dentro del campo del feminismo, lejos de establecerse acuerdos con las contribuciones queer y con el alcance de las ideas construccionistas, surgen desacuerdos, algunos incluso expresados con virulencia desmedida, como los desplegados desde posiciones TERF.
TERF: siglas en inglés de trans-exclusionary radical feminist, cuya traducción literal en español es: feminista radical transexcluyente. El término señala a una sección del feminismo, pero subraya de forma significativa la expresión de un odio, la transfobia, que niega la identidad de género a las mujeres trans, reclamando para ello una noción biocorporal de lo femenino que dé sustento a los reclamos políticos que lo originaron en los años 70. Uno de sus mayores exponentes es Janice Raymond a través de su libro The Transsexual Empire, publicado en 1979.
En España, aunque el término y las fricciones estaban presentes antes, es en los últimos años cuando el término TERF se ha extendido y expresado en un debate virulento en el marco interno de la acción y el pensamiento que históricamente venía estableciendo el movimiento feminista.
Ved:
Butler, J. [Judith]. (s/a). Gender Performance: The TransAdvocate Interviews Judith Butler/por Cristan Williams. Trans Advocate. https://www.transadvocate.com/gender-performance-the-transadvocate-interviews-judith-butler_n_13652.htm
Charla: «¿Quién teme la Ley Trans?». Madrid, Traficantes de Sueños, 17 de junio de 2021. Programa disponible en: https://traficantes.net/actividad/%c2%bfquien-teme-la-ley-trans-0
La crítica que plantea Butler, y todo el campo de pensamiento de representación y de acción queer, en un movimiento muy activo hasta la fecha, apunta y se dirige a trastocar la captura del sexo bajo los aspectos fácticos del cuerpo y a eliminar la distinción entre sexo y género.
El objetivo consiste en deshacer el sexo para instalar la proliferación de nuevas formas posibles, morfologías corpóreas que escapen a las restricciones del binario. Butler, y buena parte de la considerada tradición queer, además, van a proponer categorías adicionales, como el origen étnico, la clase social y deseo sexual, a las que se irán añadiendo otras, como una estrategia para derribar el carácter monolítico de las identidades.