El cómic es un medio gráfico que combina imágenes desplegadas en forma de secuencia para crear un relato. Suele incluir globos de textos, cartelas, onomatopeyas, líneas cinéticas y estructuras de viñetas, aunque el uso y la combinación de todos estos elementos dependen del estilo visual y narrativo de cada autor.
Los orígenes culturales del cómic son diversos. Aunque se suelen proponer como punto de partida las autografías del suizo Rodolphe Topffër o las viñetas impresas en tabloides de The Yellow Kid, ambos del siglo xix, la eclosión del cómic ocurre verdaderamente durante el siglo xx con la masificación de la prensa diaria y la emergencia de la cultura de masas. Durante el período de entreguerra se consolidan cánones estilísticos bien diferenciados en el ámbito franco-belga (con Tintín y, años más tarde, Asterix y Lucky Luke), en EE. UU. (con el nacimiento de Superman y, a partir de ahí, una inagotable galería de superhéroes) y en Japón (a partir de la voluminosa obra de Osamu Tezuka y, desde entonces, de la subcultura del manga).
La historia del medio está también atravesada por momentos experimentales y por una constelación de personajes y autores que han ampliado sus límites, tanto por el contenido de sus historias como por la manera de contarlas. Desde los canónicos Little Nemo de Winsor McCay o Krazy Kat de George Herrington, hasta el Jimmy Corrigan de Chris Ware, pasando por autores contemporáneos como Nazario, Alison Bechdel o Nuria Pompeia, se trata de miradas que han desafiado las convenciones y multiplicado la diversidad expresiva del cómic. En un artículo, el artista Francesc Ruiz esbozaba una genealogía de momentos excepcionales, que podría comenzar con «La Santa Rusia, el protocómic de 1854 de Gustave Doré, donde se atreve a dejar en blanco todas las viñetas de una página aludiendo al paisaje nevado que está retratando (…). Continuaría con las deconstrucciones que el artista conocido como Jess perpetró en los cincuenta con los cómics de Dick Tracy, creando delirantes collages. Dedicaría un apartado al détournament situacionista y otro a las innovaciones aportadas por el comix underground en los sesenta y setenta, para acabar temporalmente el recorrido con las constricciones de Oubapo (taller de cómic potencial), que, emulando al Oulipo y los experimentos literarios de Perec y Queneau, ampliarían las posibilidades expresivas del medio en los noventa» (Ruiz, 2017).
A pesar de estas producciones culturales complejas, revestidas de excepcionalidad, los museos han mantenido siempre una actitud condescendiente respecto al cómic. Es por ello por lo que los acercamientos más conocidos entre ambos mundos se revelan hoy como un ejercicio asimétrico, estableciendo en muchos casos una relación donde artistas que exponían en museos internacionales y vendían asiduamente en galerías extraían valor del trabajo de autores prácticamente desconocidos que operaban en pequeños circuitos editoriales. La mímesis de la estética de los tebeos americanos que Roy Lichtenstein ensaya durante los años sesenta, por ejemplo, difícilmente puedan no ser leídas hoy como una operación de apropiación cultural. Otros autores como Ad Reinhardt mantuvieron una producción pictórica abstracta, impoluta y alineada con las demandas modernistas del momento, mientras producían casi en secreto viñetas paródicas para retratar las dinámicas de poder del mundo del arte.
Actualmente, las prácticas en torno al cómic están dejando de ser entendidas como fenómenos marginales y han comenzado un proceso de museificación. Sin embargo, esa adaptación a la lógica del display expositivo resulta compleja para un medio que es en sí mismo contradictorio, puesto que, creado para ser impreso, es más copia que original, y no siempre facilita la contemplación de pie ni el encapsulamiento aurático de las vitrinas de los museos.
Artistas contemporáneos como Martín Vitaliti, exploran precisamente la dimensión espacial que ofrecen las salas de exposiciones. En proyectos como #125 (2015) o #134 (2016) se interroga la estructura de las viñetas y la manera en que esta produce literalmente la temporalidad de los relatos. Mientras que las enormes mallas vacías, desplegadas a manera de instalación, son esqueletos que dan cuenta de historias borradas, parecen intentar llenarse absorbiendo los acontecimientos del espacio expositivo. El artista Ilan Manouach explora también las propiedades conceptuales y táctiles del medio. Katz (2011), por ejemplo, es una publicación que imita de manera exacta la edición francesa de Maus, la multipremiada novela gráfica de Art Spiegelman, con la particularidad de que todos los personajes animales han sido ahora redibujados como gatos.
Finalmente, el colectivo Un Faulduo ensaya tergiversaciones y estiramientos en torno a la práctica del cómic, inspirándose en metodologías grupales de las vanguardias históricas y de disciplinas como la performance, la improvisación musical o la patafísica. En una entrevista manifestaban que «es difícil explicar cómo se lee una historieta. De arriba abajo, de derecha a izquierda… Ahora, ¿qué viene primero, la imagen o el texto? (…) La historieta en sí misma es incómoda, está en un lugar intermedio entre el cine, la literatura y las artes visuales. Es un lugar ciego entre todas las artes. Todas las artes confluyen en la historieta» (Un Faulduo, 2018).
Referencias
Ruiz, Francesc (2016). Podcast de Son(í)a Radio Web MACBA.
Disponible en https://rwm.macba.cat/ca/especials/fons-francesc-ruiz/capsula
Consulta 05/03/2019
Ruiz, Francesc (2017). Cómic de exposición. Suplemento Babelia. El País (13 de diciembre de 2017).
Disponible en https://elpais.com/cultura/2017/12/06/babelia/1512582359_335705.html
Consulta 05/03/2019
Un Faulduo (2018). Podcast de Son(í)a Radio Web MACBA.
Disponible en https://rwm.macba.cat/ca/sonia/un-faulduo/capsula
Consulta 05/03/2019