Cuando hablamos de conceptos nos referimos a aquellas representaciones mentales que constituyen el fundamento de los pensamientos y las creencias. El concepto es la unidad mínima del conocimiento humano y desempeña un papel vital en todos los aspectos asociados a la cognición. En este sentido, resulta una parte constitutiva de las prácticas artísticas. Entre todos los medios y lenguajes visuales, el dibujo mantiene un vínculo de especial cercanía con la producción de conceptos. Su capacidad para plasmar estructuras y su inmediatez para modelar formas abstractas facilita la imaginación, síntesis y vehiculación fluida de elementos conceptuales. En los debates sobre el arte en general, suele plantearse una distinción entre forma y concepto: mientras que la primera se refiere a la manifestación material de la obra, el segundo alude a los significados o ideas que esta expresa o evidencia. Como veremos, en décadas recientes se ha ido destacando cada vez más la relevancia del concepto frente a la plasmación formal.
Precisamente, fue la reflexión sobre el protagonismo de las ideas en los procesos creativos la que dio lugar a la emergencia del arte conceptual, un movimiento nacido en los sesenta que enfatizó la predominancia de los componentes conceptuales sobre el resto de los elementos que componen las obras de arte. Textos seminales como Paragraphs of conceptual art (1967) de Sol Lewitt, Art after Philosophy (1969) de Joseph Kosuth o Six Years: The Dematerialization of the Art Object from 1966 to 1972 (1973) de Lucy Lippard, fueron pioneros diseminando preguntas sobre la importancia del lenguaje en la formulación de las prácticas artísticas. Al mismo tiempo, agudizaron la habilidad del arte para examinar su propia naturaleza, un proceso que había comenzado a acelerarse a partir de las vanguardias anteriores a la Segunda Guerra Mundial. El conceptualismo inventa una mirada que pone en escena las ideas como máquinas formidables para producir arte. Los dibujos murales de Sol Lewitt, por ejemplo, proponen que «cada persona dibuja las líneas de manera diferente, como cada persona entiende las palabras de manera diferente» (Searle 2006). Siguiendo este principio, sus dibujos murales fueron (y aún siguen siendo) realizados mediante instrucciones por personas que no necesariamente son artistas, reduciendo su existencia únicamente al tiempo de duración de la exposición para luego ser destruidos.
La artista Lee Lozano fue pionera en el desarrollo de una vertiente conceptual crítica, que desde finales de los años sesenta comenzó a interrogar las estructuras patriarcales y el culto al éxito asociado a las narrativas económicas del capitalismo. La progresiva conquista de abstracción y simplificación en sus dibujos, que mutan paulatinamente de órganos sexuales a herramientas industriales y luego a diagramas de energía, la condujo pronto a idear General Strike Piece (1969), en la que, al igual que Lewitt, incluía un conjunto de instrucciones. Pero en este caso las instrucciones no se referían a la desmaterialización de los objetos artísticos o la fragmentación de la autoría sino a la posibilidad de abandonar lentamente el mundo del arte. La principal premisa alertaba: «Evitar de forma gradual pero decidida asistir a funciones o encuentros oficiales de alto nivel relacionados con el mundo del arte, con el fin de realizar investigaciones sobre una absoluta revolución personal y pública. Asimismo, exhibir en público solo piezas que compartan ideas relacionadas con esa revolución» (Donegan 2006). Este progresivo distanciamiento culminaría en Drop Out Piece (1972), un manifiesto donde la artista anuncia que abandona por completo su práctica, recluyéndose en una vida sencilla apartada de la escena artística, convirtiendo su propia renuncia en una pieza de arte conceptual.
En las últimas décadas el relato monolítico del conceptualismo como un fenómeno exclusivamente anglosajón ha sido también resquebrajado. La Red Conceptualismos del Sur, por ejemplo, es una plataforma de trabajo colectivo surgida en 2007 que desde entonces ha ramificado a sus participantes por diversos países de Europa y América Latina. Sus integrantes señalan la necesidad de posicionarse ante la desactivación crítica de una serie de experiencias poético-políticas que tuvieron lugar desde la década del sesenta en adelante, y el deseo de concebir formas alternativas de reactivación de esas experiencias. De la retahíla de artistas que hoy se han convertido en figuras emblemáticas de los conceptualismos del sur, son ineludibles Lygia Clark, León Ferrari o Luis Camnitzer y experiencias colectivas como Tucumán Arde (1968) o Arte de los Medios (1966).
Una de las preguntas de la Red tiene que ver, precisamente, con las características comunes que engloban estas obras y experiencias. Y es que la condición descentrada de estas prácticas artísticas revela procesos de modernidad irresueltos y todavía enfrentados. La fricción entre las escenas artísticas de los denominados países centrales y periféricos termina evidenciando los modos de construcción de la Historia y todo aquello que las narrativas oficiales solían dejar fuera. En cualquier caso, hoy se trataría no tanto de añadir acríticamente estos episodios olvidados en un relato cada vez más inclusivo, sino de cuestionar el propio funcionamiento conceptual de la Historia y sus dinámicas de poder.
Referencias
Donegan, Cheryl (2006). «All Weapons Are Boomerangs». Modern Painters (octubre, pág. 76).
López, Miguel A. (2014). «¿Es posible reconocer el conceptualismo latinoamericano?». Afterall (núm. 23).
Disponible en http://ayp.unia.es/dmdocuments/afterall_23_miglop2b.pdf
Consulta 05/07/2019
Searle, Adrian (7 de diciembre de 2006). «Second Thoughts. A new interpretation of Sol LeWitt’s wall drawings has Adrian Searle longing for the past». The Guardian.
Disponible en https://www.theguardian.com/culture/2006/dec/07/2
Consulta 05/07/2019