Hablamos de dibujo y acción para designar un campo de prácticas relacionadas con intervenciones de corte social y activista que incluyen el dibujo como medio principal. Se trata de obras que promueven una mirada reivindicativa y crítica sobre algún aspecto del contexto donde se desarrollan. Además de desplegarse habitualmente en la esfera pública, tienen como característica la intersección y solapamiento entre ámbitos sociales diversos, como los movimientos sociales, las agrupaciones políticas y el propio archivo disciplinar de las prácticas artísticas.
Una obra emblemática es, por ejemplo, el Siluetazo, iniciada en Buenos Aires en 1983 por artistas, asociaciones estudiantiles y organismos de derechos humanos. Se trata de un proyecto nacido para visibilizar la detención y desaparición sistemática de personas por parte de la última dictadura militar, recurriendo al trazado a escala real de las siluetas de cuerpos humanos sobre grandes papeles que luego eran pegados en las paredes de la ciudad. Este gesto de silueteado, que revelaba únicamente el contorno de las personas sin resolver su identidad, se contagió rápidamente y comenzó a ser replicado por toda Argentina. Actualmente, forma parte del repertorio simbólico e identitario de distintas movilizaciones sociales, señalando «uno de esos momentos excepcionales de la historia en que una iniciativa artística coincide con la demanda de un movimiento social, y toma cuerpo por el impulso de una multitud» (Longoni y otros, 2009).
Algunos de los artistas que impulsaron la acción, como Rodolfo Aguerreberry, Julio Flores y Guillermo Kexel, señalan que uno de los referentes utilizados fue un artista polaco que, durante su cautiverio en Auschwitz, dibujaba cíclicamente una silueta donde inscribía el número de víctimas asesinadas cada día. Recientemente, apenas ocurrida la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en México, fue organizado, nuevamente, un siluetazo en Barcelona con el fin de amplificar la visibilidad del caso a nivel mundial. Este permanente trasvase de vocabularios y herramientas (en este caso, el silueteado activándose como un recurso en momentos históricos distintos para visibilizar la desaparición de personas) constata la capacidad de reciclaje y reapropiación crítica de estas estrategias, que tienden a diseminarse rápidamente y a adaptarse según las particularidades de cada contexto.
Un antecedente más antiguo e ineludible es la masiva producción de obras gráficas que sirvieron como recursos de propaganda durante la Guerra Civil española. Los dibujos y grabados que se produjeron en el territorio estatal entre 1936 y 1939 atendían a la urgencia discursiva de la guerra y eran estimulados por partidos y organismos que propiciaban la publicación de carteles, afiches y boletines capaces de ocupar la esfera pública y exaltar el espíritu de lucha. En este contexto, los artistas abrazaron la tematización política y esto generó un estilo visual de colores más planos y contornos más definidos, más cercano al Realismo socialista, que suspendía algunas de las innovaciones formales de las vanguardias para conseguir públicos más amplios y un mensaje más directo. Las publicaciones más destacadas entre los republicanos incluyen Hora de España y Mono Azul. Los carteles del bando sublevado utilizaron, por su parte, eslóganes sobre la unidad de España y el catolicismo, recurriendo a la tipografía gótica utilizada por Hitler durante el nazismo y a un imaginario simbólico que incluía el águila bicéfala, la esvástica, el yugo o las flechas.
El proyecto Rateros Vendepatrias Asesinos (2012) de Julio Zenil y Cristina Paoli compila un conjunto de intervenciones gráficas anónimas realizadas sobre los carteles de propaganda desplegados para la elección presidencial de México en el año 2012. En este caso, los carteles originales contienen fotografías cuidadosamente post-producidas de la cara de los candidatos, y el dibujo funciona como un elemento reactivo capaz de destruir, con gestos ágiles y eficaces, el aparato propagandístico. Así, los diferentes garabatos, realizados por una multitud de manos ocasionales, modifican los rostros sonrientes con líneas que son colmillos, cuernos, bigotes, narices de cerdo, ojos blancos. Esas mismas líneas paródicas pronto se transforman en textos de enojo y acusaciones abiertas, visibilizando la atmósfera de hastío y desencanto de ese momento histórico.
Referencias
Longoni, Ana y Gustavo Bruzzone (2009). El siluetazo. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Ed.
Zenil, Julio y Cristina Paoli (2012). Rateros vendepatrias asesinos. México DF: Periferia Ed.