Aunque se trata de una noción extremadamente elástica, hablamos de representación cuando un conjunto de signos se despliegan para sustituir a otra cosa. La representación es la operación fundamental sobre la que descansa el lenguaje y las artes figurativas: mediante ella asimos el mundo, nombrando y organizando sus elementos. Esta relación entre las formas, grafías, sonidos, etc. y aquello representado por ellos no es natural, sino que se basa en códigos culturales y convenciones que varían según el contexto y el momento histórico.
Los cambios en la manera de representar son el argumento con que habitualmente se explican los grandes períodos artísticos de occidente y sus protagonistas. Se trata de una lógica que se interesa especialmente por la vida de las formas y que ha sido dominante en la academia a pesar de no ser la única posible. De los ornamentos abigarrados del barroco a las figuras cerradas neoclásicas, del dramatismo brumoso del romanticismo a las pinceladas urgentes de los realistas franceses, la concatenación de estos estilos estuvo siempre marcado por modificaciones sustanciales en el tratamiento de los temas o las técnicas. La masificación de la fotografía y la emergencia de las vanguardias históricas a comienzos de siglo xx aceleraron radicalmente estos procesos, abriendo un enorme abanico de posibilidades de representación.
El creciente desinterés por imitar la superficie de los objetos y la necesidad de reflexionar sobre la naturaleza del medio empleado condujeron, por ejemplo, a pequeños experimentos de gestualidad abstracta, luego a cuadros absolutamente planos y finalmente, con el advenimiento del arte conceptual, a la desaparición física de las obras que quedarían suspendidas como pura potencia lingüística. Resulta paradigmática la pieza Erased de Kooning drawing (1953), en la que un jovencísimo Robert Rauschenberg consigue que Willem de Kooning le regale uno de sus dibujos para proceder a su borrado meticuloso, consiguiendo una estrategia de representación insólita y novedosa para la época. Algunos historiadores sitúan el comienzo de todo este proceso en las obras de Edouard Manet. Si bien en lienzos como Olympia (1863) Manet ya había escandalizado a la opinión pública situando como protagonista a una prostituta parisina desnuda, es en Almuerzo sobre la hierba (1863) donde la iluminación artificial y el fondo construido a base de brochazos gruesos comienzan a romper la representación.
Una manera heterodoxa de aproximarnos a estas sucesivas crisis de representación, que llevarían finalmente a autores como Arthur Danto a proclamar, compungidos, la «muerte del arte», estaría relacionada no tanto con las innovaciones formales y la gradual conquista de autoconciencia del medio empleado, como con los ámbitos vitales que quedan infrarrepresentados en las narrativas oficiales. El pintor Kerry James Marshall, por ejemplo, argumenta que la verdadera crisis de representación de los setenta en EE. UU. no fue tanto la abstracción pictórica, la desmaterialización de los objetos artísticos o el posterior avance de las estéticas posmodernas, sino la ausencia palmaria de pinturas en las que apareciesen retratadas personas negras (Marshall, 2014). Lo negro hasta entonces se había asumido como un componente exótico en cuadros mayormente protagonizados por personas blancas.
La situación de borrado señalada por Marshall podría ser aquella de la criada negra de Olympia, ubicada detrás de la cama de la prostituta, cuyo rostro desaparece subsumido por la oscuridad de la habitación. Lo que pone en juego Marshall aquí es una noción radicalmente distinta de representación que presta menos atención a cómo se construyen las formas que a los efectos que estas producen. Lo que importa desde este punto de vista es cómo son representadas las asimetrías sociales y se empoderan comunidades que no tienen voz en las discusiones públicas. El teórico decolonial Achille Mbembé apunta en este sentido cuando afirma que la modernidad ha estado siempre compuesta por un cuerpo solar, hecho de razones científicas, y por un cuerpo nocturno, constituido por el comercio de esclavos y el imperio colonial (Mbembé, 2018). Esta dinámica entre lo diurno y lo invisible, entre lo visible y lo opaco, entre lo luminoso y lo moribundo, atraviesa también la historia de la representación.
La artista Kara Walker ha realizado una vastísima obra gráfica que utiliza siluetas de personas negras, a la manera de un teatro de sombras chinas, para narrar críticamente la esclavitud y la historia de la discriminación racial. Artistas como Harmonia Rosales o Titus Kaphar han compuesto también un cuerpo de obras que buscan subsanar los borrados de la historia del arte, situando como protagonistas de sus dibujos a personas afrodescendientes.
Referencias
Grupo de pensamiento, prácticas y activismos Afro-negros (2019). MACBA. Barcelona.
Disponible en https://www.macba.cat/es/grupo-de-estudio-sobre-pensamiento-practicas-y-activismos-afro-negros
Consulta 06/06/2019
Marshall, Kerry James (2014). Entrevista videográfica producida por MNCARS. Madrid.
Disponible en https://www.museoreinasofia.es/en/multimedia/interview-kerry-james-marshall
Consulta 06/06/2019
Mbembé, Achille (2018). Políticas de la enemistad. Barcelona: NED Ed.