1. Contexto de producción de la llamada teoría queer

Estas son tres autoras fundamentales, entre otrxs muchxs, previas y posteriores, que pronto se irán sumando desde diferentes geografías y disciplinas, lo que añadirá una gran expansión de la experiencia y del campo del conocimiento queer. Una tradición que se repensará, y se activará, desde posiciones sociales muy diversas y desde geografías distantes, a ambos lados del Atlántico, descentrando la propia teoría y lo queer de EE. UU., activando, de esta manera, el músculo del feminismo y las teorías del género.

El carácter extremo, lo radical que acompaña a lo queer, aunque no es totalmente novedoso, se da cuando amplía el análisis del sistema patriarcal, cuando incide de una manera original cuestionando el carácter «natural» —y, por tanto, ineludible— de la llamada heteronormatividad y de la matriz binaria que la contiene, sostiene y habría asegurado en ese proceso histórico de «naturalización». Será a través de esta matriz, dirán estas pensadoras, que se asignan, clasifican y regulan las identidades de género y también de los sexos (y su fisicidad: los cuerpos) en las sociedades y tradiciones occidentales. Para la teoría queer/cuir/kuir esta matriz, lejos de estar inscrita en la complexión ontológica del mundo o fijada en la constitución biológica de los seres humanos, es una construcción cultural de carácter sociohistórico.

Lxs teóricxs feministas queer recurren a procedimientos críticos para descentrar y deshacer el régimen sexual dominante en Occidente. Para ello, en un principio, algunxs de ellxs se inspirarán en la deconstrucción postestructuralista de la metafísica occidental, mediante diálogos y relecturas nietzscheanas y psicoanalíticas que establecerán principalmente desde Francia, Lacan, Foucault, Derrida, Deleuze y Guattari. También beberán del feminismo radical de la década de los 70, especialmente de la estela que han dejado Monique Wittig y Adriane Rich, y posteriormente Gayle Rubin (1986) en su clásico artículo El tráfico de mujeres, así como con la tradición muy anterior de Simone de Beauvoir. Estas teorías también permearán las prácticas artísticas, performativas, literarias, etc. que se producen y circulan, en especial en relación con la pandemia del sida y al activismo que emerge en relación con ella.

La desestabilización queer del régimen heterosexual dominante no obedece a fines meramente cognoscitivos. Por el contrario, está guiada por un claro objetivo ético-político que le precede. Como veremos más adelante, será la práctica activista política la que establecerá su marco de posibilidades y su ulterior desarrollo. En última instancia, lo que se perseguirá es hacer posibles y vivibles, los cuerpos, las vidas marcadas por las «sexualidades periféricas»; es decir, las sexualidades (y sus cuerpos) que, al no ajustarse a los parámetros imperantes establecidos y ajustados en Occidente, se ven condenadas, ya no solo a un continuo rechazo social, al estigma o la discriminación, sino también a la posibilidad real, materializada no pocas veces, de desaparecer, de ser eliminadxs físicamente, de ser asesinadxs.

Por esta razón, y como argumentaremos, para comprender en su envergadura el cariz de la teoría queer, es preciso dar cuenta de su vinculación íntima con el movimiento político queer y con su activismo, que surge a mediados de los años 80, y en España a comienzos de los 90. Un activismo que implosionará en una renovada alianza militante y en acciones políticas que activan un nuevo lenguaje donde arte y vida confluirán en una emergencia de exigencia radical.