3. El cuerpo que no cesa de hablar y la mano de tocar. Efectos subversivos de las nuevas prácticas sexuales

Como ya se ha señalado, el pensamiento feminista de la Segunda ola se ha construido sobre la base de una concepción de cuerpo natural y dimórficamente diferenciado. El cuerpo, en estos términos, constituye una superficie sobre la cual el género opera como un acto de inscripción cultural (Butler, 2007). Es a partir de la inmutabilidad del sexo que se discute la construcción social del género.

A mediados de la década de los 80, Judith Butler irrumpe en la escena académica del feminismo norteamericano, pero esto sucede en un contexto muy particular y relevante: el que marca el activismo político como consecuencia y respuesta a la crisis del VIH/sida. Los argumentos que la autora despliega en este momento, tal como hemos señalado, imprimen un giro en la forma de pensar el sexo tal como era conceptualizado por las feministas que la precedieron. Las aportaciones de Butler sugieren que, contrariamente a lo que suele pensarse, el sexo no constituye la base sobre la cual el género se deposita a través de la socialización para recubrir armónicamente su superficie. Por el contrario, el género instituye la diferencia sexual anatómica, es decir corporal, como hecho natural, y en este sentido afirmará que el sexo también es género. El discurso de la diferencia sexual como hecho natural apela a un aspecto particular de la biología: la reproducción sexual. Así, bajo el signo discursivo de la reproducción sexual, los cromosomas, las hormonas y los genitales, dimórficamente decodificados, se constituyen como el soporte sustancial de la esencia del sexo natural (Laqueur, 1994; Fausto-Sterling, 2006). En este sentido, y en la misma línea que Butler, se trataría más bien de una ideología que impone el modelo de la diferencia sexual.

Thomas Laqueur (1994) ha señalado que en el siglo XVI los científicos consideraban el cuerpo humano como básicamente uno: el cuerpo masculino y femenino no se consideraban fundamentalmente diferentes. Esto permite ver la ruptura de la relación mimética entre sexo y género. Laqueur demuestra que los dos géneros —sociales— coexistían de manera pacífica con un solo sexo. Solo hacia fines del siglo XVII comienzan a circular nuevos nombres y categorías que dejan atrás las representaciones de sexo único e instalan la diferencia de los sexos (por ejemplo, el descubrimiento del clítoris). Cada órgano recibirá existencia e inteligibilidad en función de nuevas nomenclaturas. En el transcurso del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, entonces, el cuerpo femenino era descrito de forma cada vez más diferenciada (Laqueur, 1994). Con la aparición de la endocrinología a principios del siglo XX, la sexualización del cuerpo ya no estaba restringida a las estructuras morfológicas del cuerpo. Las pruebas del binario se buscaron, y se encontraron, en todas partes en esta épica desveladora de la «verdad» del sexo. Las prácticas científicas se adentrarán a delimitar y codificar las partículas más invisibles de nuestros cuerpos, tal como afirma Paul Preciado en Texto yonki y Pornoutopia.

Butler, junto con Haraway, sugiere que denunciar la dimensión contra natura de la naturaleza es el primer movimiento hacia la subversión de las normas de género que construyen el sexo como un sitio natural, un lugar que organiza el campo de lo humano a partir de exclusiones que debieran ser universal, social y científicamente inaceptables. Butler denuncia el dimorfismo corporal y aborda los cuerpos en términos de morfologías imaginarias, y junto a otras teóricas feministas revisionistas, ha revolucionado los debates acerca de la corporalidad, asumiendo la proliferación de cuerpos/sexos. Asimismo, pondrá sus esperanzas en los efectos subversivos de las nuevas prácticas sexuales o identidades sexuales que pueden originar puntos de fuga en la diferencia sexual. Es aquí donde el cuerpo juega un papel fundamental como escenario de los efectos de naturalización, ya que configura el soporte materializado de los arreglos de poder que entretejen las normas de género. En este sentido, teorizar la intersexualidad y lo trans* supone un desafío fundamental, no solo para la comprensión del género, sino para cuestionar, de modo más radical, el sexo.