Descripción
La idea de capital proviene de la teoría económica. Para esta, de manera resumida, la noción de capital hace referencia tanto a la cantidad de dinero, como al resto de condiciones que permiten el trabajo y, por tanto, el desarrollo y la riqueza. En la sociología, fue adaptada por Marx (1818-1883), quien se refería al capital como el conjunto de bienes que sirven para producir otros bienes, y destacaba así la posibilidad de la acumulación permanente de capital que daría origen a las contradicciones del capitalismo (Giner et al., 2006, pág. 85).
El desarrollo contemporáneo más importante fue el realizado por Pierre Bourdieu, que concibe el capital como los recursos acumulados para la acción social en el campo. Para Bourdieu existen tres tipos fundamentales de capital:
- Capital económico, directamente convertible en dinero y que puede ser institucionalizado a través de derechos de propiedad.
- Capital cultural, convertible en capital económico bajo ciertas condiciones y sujeto a institucionalización en la forma de credenciales académicas.
- Capital social, construido a partir de obligaciones y conexiones sociales también convertibles en capital económico bajo condiciones concretas y que puede institucionalizarse mediante títulos nobiliarios (Bourdieu, 1986).
Dos son las propiedades fundamentales de cualquier tipo de capital para Bourdieu:
- su convertibilidad, un tipo de capital puede transformarse en otro a través del desarrollo de estrategias en un determinado campo,
- su transferibilidad, que el capital sea transferible quiere decir que es posible su trasvase intergeneracional, de modo que el padre puede transferir capital cultural o social a un hijo de la misma forma que haría con el capital económico.
El capital, por tanto, constituye a la vez el objeto de las luchas que se producen en un campo (los agentes buscan apropiarse capital) y la propiedad fundamental que estructura las condiciones del campo en que tales luchas tienen lugar, habilitando así estrategias y prácticas a los sujetos en función del volumen y la estructura del capital que ya han acumulado.
De los distintos tipos de capital, y por lo que nos interesa, el capital cultural juega un papel fundamental. Para Bourdieu, el capital cultural puede presentarse bajo tres estados:
- estado incorporado, en la forma de disposiciones para la acción, es decir, de inclinaciones o conocimientos que hacen más fácil o probable actuar de determinadas maneras;
- estado objetivado, en la forma de bienes culturales tales como libros, cuadros, instrumentos musicales, etc., y
- estado institucionalizado, en la forma de credenciales académicas (Bourdieu, 1986).
Este capital cultural, que además puede pasar de un estado a otro, se transfiere de manera más eficaz en el interior de la familia. Bourdieu define este tipo de transferencia familiar como «la mejor escondida y más determinante de las inversiones educativas» (Bourdieu, 1986, pág. 243), pues entonces el capital cultural se adquiere de manera naturalizada y no consciente, y se encarna en las formas de acción, pensamiento y sentimiento propias de la posición social, es decir, en un habitus.
Pero no solo las propiedades materiales definen las posiciones y estrategias desarrolladas por los agentes sociales, sino también, y con especial importancia, las propiedades simbólicas, las cuales requieren la generación de esquemas mentales que permitan percibirlas y apreciarlas (Bourdieu, 2011). En ese contexto es donde Bourdieu introduce la idea de capital simbólico: «una propiedad cualquiera, fuerza física, riqueza, valor guerrero, que, percibida por unos agentes sociales dotados de las categorías de percepción y de valoración que permiten percibirla, conocerla y reconocerla, se vuelve simbólicamente eficaz» (Bourdieu, 1994, pág. 173), por ejemplo, el gusto.
El capital simbólico es aquel tipo de capital con capacidad para condicionar la práctica de los agentes, pero que, para funcionar de forma efectiva, requiere que estos últimos hayan incorporado unas categorías de percepción (habitus) que les permitan reconocer ese capital simbólico como honor, prestigio, reputación, legitimidad, autoridad, etc., de modo que les haga obedecer sin plantearse nunca la cuestión de la obediencia, seguir la orden sin que esta se formule jamás (Bourdieu, 1994). A eso es precisamente a lo que Bourdieu llama violencia simbólica: «la violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose […] en unas creencias socialmente inculcadas» (Bourdieu, 1994, pág. 173).
El capital simbólico puede convertirse en otros tipos de capital, igual que otros tipos de capital pueden funcionar como capital simbólico. Como plantea Bourdieu, «cualquier diferencia reconocida [expresada a través o conseguida por medio de cualquier tipo de capital], funciona como un capital simbólico que redunda en beneficio de distinción» (2011, pág. 206). En ese sentido, cuando las propiedades materiales son percibidas como socialmente pertinentes y legítimas, dejan de verse únicamente como bienes materiales para volverse signos de reconocimiento que remiten a diferencias sociales, es decir, capital simbólico.
Tómese como ejemplo una misma casa en dos ubicaciones diferentes, una primera en un barrio o urbanización nada distinguidos, y una segunda ubicación de alto prestigio, dado que allí residen personalidades relevantes. La segunda ubicación presentará un valor económico mayor porque el valor simbólico de su posesión es mayor al decir más del propietario que la primera ubicación, con independencia de que, en efecto, el bien material (la casa) pudiese ser idéntico. Vivir en una determinada urbanización es una marca distintiva que asigna una propiedad simbólica al bien material que es la vivienda. Invertir capital económico en la segunda ubicación es una forma de adquirir capital simbólico o, si se quiere, de transformar capital económico en capital simbólico. De la misma manera que con la vivienda, la misma obra artística exhibida en el museo de un pueblo, junto a pinturas de niños, o en el MACBA, junto a otras de autorías reconocidas, tendrá un valor simbólico —y luego económico— muy distinto; mayor en el segundo caso. Y por ello se destinan más esfuerzos y capital económico en estar en el MACBA.
De entre todos los tipos de capital, el capital cultural es el que, por sus particulares condiciones de transformación y adquisición de naturaleza implícita o negada —es decir, más difícil de conocer y más cuestionable—, mejor se presta a funcionar como capital simbólico, es decir, «a no ser reconocido como capital sino como competencia legítima, como autoridad que ejerce un efecto de reconocimiento» (Bourdieu, 1986, pág. 244). El capital cultural funcionaría entonces como un conjunto de marcadores culturales (comportamientos, actitudes, decisiones, bienes, creencias, gustos) óptimos para establecer distancia o proximidad respecto de la cultura legítima. Es precisamente esa característica atribuida al capital cultural por Bourdieu —su funcionamiento como capital simbólico— lo que la distingue de conceptos propios de la economía como el de capital humano.
Bibliografía
Bourdieu, P. (1986). «The forms of capital». En: J. Richardson (Ed.) Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education (págs. 241-258) Nueva York: Greenwood.
Bourdieu, P. (1994). Razones prácticas: sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama.
Bourdieu, P. (2011). Las estrategias de la reproducción social. Buenos Aires: Siglo XXI Editores.
Giner, S.; Lamo de Espinosa, E.; Torres, C. (2006). Entrada «Capital». Diccionario de sociología (pág. 85-86). Madrid: Alianza editorial.