4.4. El ángulo en el mundo culto
Entramos en el mundo culto. Un momento en la historia evolutiva (momento en términos geológicos) en el que la selección natural da un salto cuántico, para empezar a establecer conexiones a unos niveles nunca antes vistos, a través de unas cuantas especies de homínidos. Cuando hablamos de un pensamiento agudo, o de alguien muy agudo, queremos decir que es capaz de percibir las cosas con detalle, o que es ingenioso, capaz de elaborar ideas con rapidez, capaz de «penetrar» las cosas para ver sus correspondencias, sus relaciones, sus diferencias. Si hablamos de algo o alguien anguloso, a la luz de todo lo que se ha dicho, podríamos decir que tiene muchas caras, que es «penetrante» y que, a la vez, retiene, concentra.
Las primeras evidencias de industria lítica con uso de meros cantos rodados tallados son de hace millones de años, antes de la aparición del género Homo. Seguramente, un homínido o primate evolucionado, dotado ya de cierta agudeza mental desarrollada, hizo la conexión: puede que al cortarse con un canto afilado se diera cuenta de que podía utilizarlo y moldearlo para su propio interés. Ello debió darle independencia de su entorno; ahora podía desgarrar y cortar las presas con mayor celeridad, triturar huesos, defenderse…
La industria lítica duró cientos de miles de años, durante los cuales se llega, junto con la industria ósea, a un alto grado de especialización en la fabricación de filos, puntas, punzones, rascadores, flechas o hachas, alcanzándose un altísimo grado estético de simetría y perfección, a la vez que un uso muy especializado y jerarquizado. Para rasgar, rascar, clavar o cortar conviene concentrar las fuerzas en un filo o en una punta. El trabajo manual inicia así un desarrollo continuo de las capacidades de relación y de conexión, permite colonizar otros ambientes, diversificar la dieta, protegerse del frío…, en una primera etapa evolutiva en la que el ángulo cobra una especial singularidad. Como señala Wagensberg (2004, pág. 227), existen dos líneas de progreso: «Una línea consiste en la de la mejora de los materiales: el hueso, el bronce el hierro, el acero… Otra es la mejora de las técnicas de afilado».
Si nos damos una vuelta por una ferretería o por un taller de escultura, podemos ver un sinfín de subfunciones del filo y de la punta: cortar, tallar, raspar, rascar, perforar, grabar, pulir, serrar, afilar, etc. Asimismo, en un laboratorio o en un quirófano, podríamos estudiar la función del material quirúrgico a partir de su forma. La punta afina y agudiza la precisión. Si nos fijamos en la tecnología militar, pasamos de las esferas de los antiguos cañones, y de los perdigones esféricos, a las más sofisticadas puntas.
Otros instrumentos cruciales en la historia de la tecnología que utilizan puntas o filos son los dedicados a la escritura. Desde un simple palo a los antiguos cinceles o buriles, desde los sofisticados bolígrafos que incorporan la esfera como punta para hacer salir la tinta, pasando por el hueso, la caña de bambú y la pluma de pájaro: las puntas y los filos condicionan el tipo de escritura.
Construcción y posibles materializaciones del ángulo
¿Quién no ha afilado un palo con una navaja, o bien raspándolo contra una piedra? Este gesto para fabricar una posible flecha parece hundirse en la noche de los tiempos. El descubrimiento de la flecha, con su potencial de penetración, podría equipararse al fuego. Sus peligros y virtudes se aprenden muy rápida y tempranamente.
Las formas hablan y connotan en múltiples direcciones, pero el ángulo lo hace en unas direcciones específicas. El ángulo penetra, incide, genera precisión y, como hemos visto, concentra y puede llegar a enfriar. Quizá por eso hablemos de frío penetrante. También hablamos de ángulos precisos, o de algo o alguien incisivo, cuando va más allá de la superficie y la penetra. Todo eso es empezar a comprender el ángulo y las fuerzas que concentra.
Tres usos de las fuerzas y de las potencialidades expresivas y conceptuales del ángulo y de su rastro: unas agujas en un felpudo que da la bienvenida, las incisiones de Gordon Matta Clark, o el escalpelo de Lucio Fontana. En los tres casos se utiliza el rastro de una incisión que pretende penetrar nuestras sensaciones y nuestro cerebro.