Descripción
En sentido estricto, la idea o concepto de nivel de cultura se refiere a la jerarquización de toda obra, creación o acto cultural basada en alguno de sus aspectos. El aspecto que tradicionalmente ha servido como jerarquizador ha sido el ideal del gusto basado en la calidad. No obstante, en la literatura sociológica existen otras explicaciones para construir o explicar esta jerarquización. Aquí se presentan dos de las jerarquizaciones más relevantes, aunque, por supuesto, no son las únicas.
Bajo el ideal ya mencionado de un gusto basado en la calidad, y recopilando otras obras anteriores, Umberto Eco identifica dos niveles de cultura: cultura de masas y cultura de élites. En su ensayo de 1964 Apocalípticos e integrados, el autor italiano afirma que el nivel de una obra, hecho o acto cultural se suele constatar atendiendo a una serie de características, de entre las que, sintetizando, podemos destacar las siguientes:
- el nivel de conexión individual con el consumidor o público;
- el grado en el que favorece una visión crítica y reflexiva del mundo o exalta emociones superficiales;
- su adecuación a lo que el público demanda, y
- su uso, o no, como medio de control social.
Así, la cultura de masas está dirigida al éxito económico y, por tanto, interpela a una multitud, es transversal. Su intención es generar emociones y sentimientos superficiales, satisface una demanda amplia y se suele utilizar como herramienta de control, propaganda e incluso represión. Por su parte, la cultura de élites busca satisfacer a individuos más concretos, de una manera más directa y relacionada con su identidad personal. Intenta provocar una reflexión o fomentar la crítica de una realidad, no sigue las reglas utilitaristas del mercado y, antes que al control, ayuda a la emancipación.
Para concluir, Eco identifica dos tipos de postura ante esta división de la cultura en niveles. Por un lado, estarían los «integrados», que defienden que la cultura de masas es positiva (la quieren integrar), porque tiene efectos democratizadores: gracias a ella, las clases bajas y medias tienen acceso a bienes culturales que antes no tenían. En el lado opuesto se situarían los «apocalípticos», quienes ven en la cultura de masas el final de la cultura de calidad. Esta depreciación de su valor simbólico sería producto de un proceso de simplificación y homogeneización. En un artículo de prensa, este mismo autor ejemplifica su teoría con el ejemplo de las melodías de Beethoven, que se han popularizado hasta el extremo de utilizarse como tonos de móvil. Sería un ejemplo de cómo una obra original de alta cultura, destinada a una apreciación emocional compleja, ha sufrido un proceso de simplificación y democratización que ha permitido que la mayoría de la población la conozca. Ante este hecho, los «integrados» se felicitarían porque la mayor parte de la sociedad ahora puede acceder y conocer la música de Beethoven, mientras que los «apocalípticos» entenderían que este proceso ha repercutido en su banalización.
La segunda de las jerarquizaciones que se presentan es la realizada por Pierre Bourdieu en su libro La Distinción de 1979. Frente a Eco, se sitúa en otra postura al entender que la jerarquización de la cultura en niveles responde a una imitación de la estructura de posiciones sociales en el campo social. A este respecto, Bourdieu pone menor énfasis en que una obra, acto o bien cultural se pueda jerarquizar objetivamente según unos ideales universales. Para él, estos ideales no son absolutos —no son objetivos—, sino que son construidos en el campo social por la clase dominante —la que posee mayor capital cultural y económico—, para poder distinguirse del resto de la sociedad y conservar de este modo su posición de dominio. Así, a cada posición en el campo social, le correspondería una socialización en el gusto artístico y cultural distinto. A modo de ejemplo, y simplificando la teoría de Bourdieu sobre la distinción, la apreciación de la música de Beethoven es considerada como un gusto que identifica a la posición dominante, puesto que las personas de esa posición han sido educadas para apreciarlo y porque les permite distinguirse a sí mismos de quien no lo aprecian, es decir, del resto de la sociedad. Si en un futuro el gusto por la música de Beethoven se popularizase, dejaría de identificar al sector dominante de la sociedad. Beethoven ya no serviría para distinguirse. Ante este proceso, el sector social dominante empezaría a despreciar a Beethoven y construiría otro gusto que pudiera servir de nuevo para su distinción y que se reproduciría en la socialización del gusto.
Actualmente, esta atribución de prácticas culturales y disposiciones al gusto según la posición del sujeto en el campo social (o clase social) que realiza Bourdieu es cuestionada por lo que se ha venido a llamar como omnivorismo cultural (Fernández y Heikkila, 2011). Esta crítica se basa en la identificación de patrones generales de consumo que no están necesariamente determinados por la clase social.
Bibliografía
«Algún Día en Alguna Parte» (2010). Alta, media y baja cultura [entrada de blog]. [Fecha de consulta: 21 de agosto de 2019]
<https://algundiaenalgunaparte.com/2010/08/19/alta-media-y-baja-cultura/>
Eco, U. (1994). Apocalípticos e integrados. Barcelona: Ed. Lumen (1ª ed., 1964).
Bourdieu, P. (1988). La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Barcelona: Ed. Taurus (1ª ed., 1979).
Fernández Rodríguez, C. J.; Heikkila, R. (2011, septiembre-diciembre). «El debate sobre el omnivorismo cultural. Una aproximación a nuevas tendencias en sociología del consumo». Revista Internacional de Sociología (RIS) (vol. 69, n.º 3, págs. 585-606) [en línea]. [Fecha de consulta: 21 de agosto de 2019].
<http://revintsociologia.revistas.csic.es/index.php/revintsociologia/article/view/403/412>