3. Profesionalización

3.3. Danzad, danzad, malditos. Convocatorias de investigación artística, becas, premios, concursos, residencias

Según el reciente estudio Rebuilding Europe. The Cultural and Creative Economy Before and After the COVID-19 Crisis (EY Consulting, 2021), la crisis de la Covid-19 ha tenido un impacto negativo sin precedentes en el ecosistema cultural, con una media de pérdida de ingresos del 31 % y picos de hasta el 90 % en algunos subsectores. El estudio también remarca que las medidas adoptadas independientemente para cada país de la UE han incrementado las desigualdades y crearán impedimentos adicionales para que los artistas y trabajadores culturales europeos colaboren, coproduzcan y se internacionalicen.

También recuerda que el trabajo artístico no es solo un producto o un objeto, sino un proceso que consume mucho tiempo y no siempre es inmediatamente visible/tangible.

La diversidad de perfiles y agentes en el sector dibuja líneas de tensión de una gran complejidad. La Covid-19 ha afectado de manera muy diferente a las instituciones públicas, industrias culturales, proyectos de asociaciones sin ánimo de lucro y cooperativas, trabajadores con contratos temporales, externalizados, falsos autónomos, artistas independientes o colectivos de artistas. Los artistas se han acostumbrado a estar fuera del sistema laboral y a la falta de contratos.

En España el sector artístico tiene una gran dependencia de las ayudas públicas, y la interacción y la profesionalización ligada al mercado del arte se basa en la competitividad. No solo hay que conocer y convencer a los galeristas y críticos del propio valor, sino que las oportunidades a las que se puede acceder también se basan en la premisa de concurrencia competitiva a la que pueden acceder tanto estudiantes acabados de licenciar como personas autodidactas o profesionales que ya están ejerciendo.

El mercado ofrece estabilidad solo en contadas ocasiones a los artistas que han superado las grandes dificultades que supone mantenerse en este circuito. Según los últimos datos de la Asociación de Artistas Visuales de Madrid (2022), teniendo en cuenta que tan solo hay 494 galerías en el mercado primario, se desprende que solo el 20,58 % de los artistas tienen posibilidad de exponer regularmente. Esto si nos ajustamos a los 24.000 artistas que en algún momento han sido dados de alta, puesto que si tenemos en cuenta el número real de artistas, el porcentaje es mucho más pequeño. Además, en la mayoría de los casos, el artista no solo asume los gastos de producción, sino que también paga transporte, seguros, enmarcados, etc. Algunas galerías organizan o forman parte de acontecimientos anuales o bianuales dedicados a la compraventa de obra, pero raramente ofrecen becas o premios que vayan más allá de un reconocimiento.

Como decíamos al inicio de este texto, esta falta de oportunidades para la difusión y exhibición de la obra empuja a los artistas a tomar la iniciativa y desarrollar proyectos propios para apoyar a sus producciones. En estos espacios se procura impulsar buenas prácticas aplicando pagos de honorarios en concepto de exhibición y apoyo a la producción, a pesar de que falta un estudio que publique las tarifas que aplican las iniciativas autogestionadas frente a las entidades públicas y la empresa privada. Probablemente tendríamos alguna sorpresa en cuanto a la relación entre el coste de la estructura y el de la actividad que se lleva a cabo.

Otra vía de profesionalización a destacar en los últimos años es el circuito de programas de residencias, que se ha convertido en una parte importante del ecosistema del arte contemporáneo. Estos programas de residencias pueden ser promovidos por instituciones públicas, agentes privados y autogestionados. La plataforma ResArtis actualmente engloba 550 residencias de setenta y cinco países del mundo. La plataforma Art Motile, ya desaparecida, registraba en 2016 unas sesenta residencias en el Estado español.

Esta proliferación de residencias se debe en parte al hecho de que no se necesita una gran infraestructura. Por ejemplo, hay muchas iniciativas privadas y autogestionadas que se desarrollan en el ámbito doméstico. Así pasa con muchas de las propuestas de residencias en el ámbito urbano y sobre todo rural, que solo necesitan un alojamiento y un espacio para trabajar; la mayoría de las veces consta de una mesa, una silla y una buena conexión a internet. Pero si realmente tiene que tener utilidad para el artista, una residencia tiene que fomentar el contacto con otros agentes del territorio y ofrecer una plataforma que dé visibilidad al proyecto que se está desarrollando.

Como señala la curadora y agente cultural chilena Andrea Pacheco, esta es la parte más importante a la hora de valorar un programa de residencias artísticas:

«Los programas de residencias no solo ofrecen a un artista la oportunidad de producir obra o realizar una investigación, nutriéndose de un nuevo contexto. Estas iniciativas potencian el networking entre los residentes y otros artistas, curadores y agentes del nuevo contexto en el que se insertan temporalmente. Quizás esto es lo más importante de una experiencia de este tipo. Por eso los espacios que ofrecen programas de residencias necesitan incrementar constantemente las relacionas con otros agentes».

Art Motile (2015)

Actualmente, hay un relanzamiento de propuestas de residencias virtuales, no solo dedicadas a artistas digitales o a la exposición virtual de las obras, sino como programas de apoyo para que los artistas puedan desplegar sus proyectos. También se está recogiendo la demanda de familias monoparentales para poder optar a las residencias acompañadas de niños, puesto que ir de residencia en residencia es incompatible con las responsabilidades familiares, una realidad que afecta sobre todo a las mujeres-madres artistas.

Las ayudas y el apoyo a la investigación artística han aumentado considerablemente los últimos años. De hecho, las becas de investigación inciden directamente en los creadores, puesto que no se necesita ninguna estructura ajena al artista para llevarlas a cabo. En España hay una desigualdad creciente en las aportaciones a la investigación artística por parte de las programaciones públicas de las comunidades autónomas. Esto se debe, entre otros motivos, a que los ámbitos administrativos de Cultura y Educación no han sido capaces de establecer pactos de estado que superen las políticas y los intereses partidistas.

Los espacios autogestionados también ofrecen becas de investigación y ayudas a la producción, pero no llegan a las cantidades económicas ni al número de artistas que ofrece la Administración pública (Europa creativa, gobierno central, gobiernos autonómicos, ayuntamientos y diputaciones). En las iniciativas del tercer sector que se basan en la autogestión, a veces la ayuda a la investigación y a la producción es una aportación en especie, una beca para obtener un lugar para trabajar, acceso en un hardware virtual o físico, etc.

En cuanto a los premios y los concursos, las instituciones públicas suelen convocar premios de reconocimiento a una trayectoria artística, mientras que a menudo las fundaciones bancarias y las empresas son las que ofrecen una dotación económica más importante. Pero también hay que mencionar fundaciones más pequeñas como la Fundación AAVC, que gestiona el FC Hangar y que ofrecen ayudas directas a creadores. U otros como la Fundación Daniel & Nina Carasso que financia prácticas colaborativas a través de la línea Arte Ciudadano. También podemos destacar La Escocesa, que, con su Proyecto Co-, convirtió la fábrica en un centro de investigación artística para afrontar la crisis provocada por la Covid-19 y proponer soluciones.