2.2. La práctica artística en espacios autogestionados
2.2.1. El camino de la práctica artística desde el singular al colectivo
En el análisis del sistema del arte que elabora el sociólogo Pascal Gielen (2015) se señalan dos categorías de la práctica artística: el régimen del singular y el régimen del colectivo. La práctica artística desde el singular se refiere al artista que trabaja en soledad; aunque esté trabajando temas de interés colectivo, está enmarcada en una práctica individual, y mayoritariamente se desarrolla reflexionando sobre experiencias del artista que tienen como dimensión temporal la propia biografía. La práctica desde el colectivo, como ya hemos visto, aparece con fuerza en la década de los sesenta y setenta, está sujeta a los referentes sociales y artísticos de la misma historia del arte, y su dimensión temporal se basa en la trayectoria profesional.
Por su parte, la historiadora del arte Tere Badia plantea la ensambladura de aquello individual en aquello colectivo:
«El nacimiento de muchas de estas iniciativas responde a la voluntad individual de actuar en la creación de una conciencia colectiva […]. El hecho mismo de que sea una opción personal plantea la postura del individuo respecto a los problemas del entorno, entendido este como el lugar de los grandes movimientos de masas donde todo queda diluido. Esta intención de intervenir en las representaciones y lenguajes ideológicos de la vida diaria hace que el artista, más que un productor de objetos, devenga también un manipulador de signos […] La obra realizada de dicha manera incide en el contexto –físico, político y social– desde donde y hacia donde está hecha».
Badia (1993: 12-13)
Hay muchos artistas que trabajan para el colectivo con prácticas de raíz marxista, pero no nos tenemos que confundir: es desde una vertiente individual. Podríamos decir que hay artistas que actúan para el colectivo y otros que actúan con el colectivo. Como ya hemos dicho al inicio, la práctica desde el colectivo, también llamada arte colaborativo o arte comunitario, se inicia en los años sesenta y setenta y pone un marcado énfasis en las problemáticas sociales que provocan desigualdades de todo tipo. Según Jordi Claramonte y Javier Rodrigo (2008), arte colaborativo es el proceso por el cual un grupo de gente construye las condiciones concretas para un ámbito de libertad concreta y libera una manera, o un rango de maneras, de relación, es decir, libera una obra de arte.
Mapping the terrain: new genre public art, de Suzanne Lacy (1995), fue la primera recopilación de textos que planteó abiertamente la realidad de esta categoría de arte. Lacy define esta clase de proyectos como una evolución natural de las prácticas emergentes de los happenings que tenían lugar en los espacios públicos de los años sesenta ligados a los discursos ecologistas y feministas. En España, Paloma Blanco recoge parte de las reflexiones de Lacy en su artículo «Prácticas colaborativas en la España de los noventa»:
«A grandes rasgos, los artistas o colectivos de artistas, activados por una serie de conflictos de intereses económicos y políticos, buscan generar estrategias de actuación colectiva con las comunidades afectadas que pongan de manifiesto la situación existente y tengan consecuencias efectivas a corto o largo plazo. Ya no se trata de buscar el ideal utópico de transformación total de la sociedad y sus estructuras, sino que, en su mayoría, son acciones particulares referidas a problemáticas locales, puntuales, a menudo relacionadas estrechamente con los mismos artistas, pero que demandan abrirse a un pensamiento global, extenderse más allá de su ámbito y salir del peligro que supone lo aislamiento, aprovechando y compartiendo todo el potencial subversivo y contestatario que poseen».
Blanco (2005: 192-193)
En el mismo artículo, describe muchos ejemplos de estas prácticas y se interroga sobre:
«la efectividad de estos proyectos a la hora de construir no solo estrategias reales para la intervención, sino también prácticas de participación activas que implican a las comunidades o colectivos afectados, convirtiéndose en catalizadores eficaces para el cambio y, en relación directa con esto, su capacidad de resistencia a ser reabsorbidas y neutralizadas por la poderosa industria del entretenimiento cultural».
Blanco (2005: 193)
Los artistas que se engloban bajo el marco de arte comunitario trabajan para que la cultura sea más accesible, participativa, descentralizada y refleje las necesidades y particularidades de las diferentes comunidades. Reclaman y se cuestionan qué lugares se eligen para hacer la práctica artística, el arte comunitario no tiene sentido sin la comunidad y la participación colaborativa del grupo; como dice la artista Nuria Güell, la revuelta es una obligación moral. Julia Ramírez Blanco, en el libro Utopías artísticas de revuelta (2014) analiza las dimensiones estéticas y utópicas de varias formas de activismo comunitario, desde las revueltas que hubo en Claremont Road, en Londres, donde las esculturas se volvieron barricadas para impedir la demolición de las casas para construir una carretera, hasta la primavera árabe y las movilizaciones y acampadas del 15M español.