5.3. La onda en el mundo vivo
En el mundo vivo las ondas mueven. Se repta y se nada según ondas transversales. Todos los peces lo hacen así. La fuerza ejercida es transversal o perpendicular con respecto a la onda, la onda se desplaza en un sentido y el movimiento oscilatorio empuja al animal. Lo mismo sucede en tierra con el movimiento de los reptiles (no solo las serpientes, también las lagartijas o los cocodrilos), que ondean los músculos de su cuerpo para desplazarse. En cambio, los gusanos se desplazan según una onda longitudinal, en el mismo sentido de su movimiento. En este caso, el gusano se comporta como una cuerda, como si se tratase de un desplazamiento unidimensional.
Hemos hablado ya de percepción, de cómo nuestro oído y nuestra vista es sensible a las ondas. Las ondas transportan energía que es procesada como información. Pues bien, no somos los únicos. En el reino animal y vegetal se han desarrollado multitud de formas de percepción. Percibir es una manera de ganar independencia del entorno. Cuanto más control sobre esa percepción y más desarrollada esté, más posibilidades de supervivencia.
Por ejemplo, sabemos que las arañas, a pesar de que algunas tienen numerosos ojos, no tienen muy buena vista. Sin embargo, han desarrollado mucho su percepción táctil. Calibrar bien las oscilaciones vibratorias de las telas de araña las ha ayudado a identificar sus presas y a aumentar las posibilidades de éxito en comer y no ser comido.
Así, la vista, el olfato y el tacto se desarrollan en función del medio y de la especie en múltiples estrategias que sorprenden por su sofisticación y diversidad: la comunicación por ultrasonidos de las ballenas, el sónar de los murciélagos, la capacidad de las serpientes para detectar ondas infrarrojas o la especialización de las langostas, con muchos más receptores de color que nosotros, lo cual les permite ver un rango del espectro electromagnético mucho más amplio.
Los ejemplos en la naturaleza se suceden y nunca dejan de maravillarnos. Hay especies que exploran dimensiones del color que escapan absolutamente a nuestra conciencia. Pájaros sensibles al ultravioleta, y flores de vívidos patrones ultravioleta para atraer a sus polinizadores. La luz proveniente del sol en su origen no está polarizada: sus ondas vibran en todas direcciones perpendicularmente a la línea de propagación. Pero, al atravesar la atmósfera terrestre, sufren una dispersión debida a moléculas y partículas cuyo tamaño es pequeño comparado con la longitud de onda de la luz, de modo que en cada punto del cielo las ondas tienden a vibrar en una dirección determinada, se polarizan. Hay especies sensibles a la polarización de la luz, como las abejas, que utilizan un punto de luz polarizada para orientarse; o las sepias, cuya sensibilidad a la luz polarizada les permite obtener mayor información de su entorno en un medio líquido. Otras especies animales son magnetorreceptoras, capaces de notar la dirección y el sentido del magnetismo de la tierra, y de utilizarlo, por ejemplo, para orientarse. Otras, finalmente, son bioelectromagnéticas: en todos los seres vivos se dan fenómenos eléctricos, pero los hay capaces de generar una reacción eléctrica más allá de su cuerpo.