5.4. La onda en el mundo culto
Desde el siglo XIX, con Faraday, Gauss y Maxwell, se empieza una revolución en cuanto a la comprensión del tiempo y del espacio que tiene gran implicación en la concepción de la física. De una concepción newtoniana estrictamente mecanicista se pasa a hablar de campos de fuerza y de ondas electromagnéticas que serán fundamento de una revolución tecnológica.
Desde los rayos gamma, con longitudes de onda menores al nanómetro, a las ondas de radio, con longitudes de onda medidas en metros, los avances tecnológicos derivados de las teorías de Maxwell han revolucionado y hecho ubicuas las ondas en nuestro entorno y en nuestro día a día. Un manantial de tecnología brota de ellas: microondas, rayos X, ultravioleta, infrarrojos…
La onda transporta energía mediante paquetes y modulaciones concretas, las cuales son medibles y susceptibles de ser procesadas como información. Un conjunto de datos organizados que cambian el estado de conocimiento del sujeto receptor del mensaje o energía. Durante millones de años, nuestra comunicación, antes de la escritura, fue principalmente oral. ¿Cómo es posible que meras perturbaciones del aire se transformen en mensajes procesados como información? La historia evolutiva es larga, pero todos sabemos que un gruñido tiene poco de amistoso. Lo aprendimos a la fuerza. También podemos decir simplemente que los que no lo aprendieron no vivieron para contarlo. El mensaje, la onda vibratoria se hace cada vez más compleja en los humanos, capaces de articular sonidos modulados gracias a la posición erguida, que modifica sus cuerdas vocales. El lenguaje tiene una base, en común con muchos animales, de mera expresión emocional, que se va haciendo compleja junto a la organización social y el desarrollo del cerebro.
Lo mismo podríamos decir del desarrollo del ojo. ¿Cómo es posible que una parte cualquiera de un organismo reaccione o se sensibilice a los rayos de luz? ¿Cómo es posible que el ojo procese e interprete ondas electromagnéticas? La luz porta información sobre la materia, la cual absorbe determinados rangos espectrales y no otros. Hoy sabemos que los colores de los objetos codifican la sustancia de la que están hechos. Así, dependiendo de la historia evolutiva de cada especie, se va generando durante millones de años una lenta especialización o sensibilización hacia determinados rangos del espectro visible. Primero, acaso se partiera de una simple diferencia entre luz y oscuridad, o de una simple diferenciación entre calor y frío; poco a poco se generó mayor grado de especialización: una cavidad, formación de receptores, lentes…, hasta llegar a altos grados de especialización.
Nuestros receptores sensoriales son distintos tipos de moléculas que «extraen» información sobre el color. Reaccionan con mayor probabilidad a una parte del espectro que a otra. En concreto: al azul, verde y rojo. Nuestra información del input electromagnético se deja muchas cosas; sin embargo, a través de ella se realiza una síntesis que permite percibir con precisión un espacio de color tridimensional, generado solo a partir de tres clases de luz espectral, con las que generamos millones de colores. Exactamente como lo hace una pantalla de ordenador o un proyector.
La información visual es muy diferente de la información auditiva, a pesar de que ambos sentidos decodifican una información que viaja hasta nosotros por vibraciones. Cuando escuchamos varias notas juntas, es posible identificarlas. A no ser que se trate de un mero caos sonoro, los armónicos son una conjunción de notas que trabajan juntas. Si quitamos una, el armónico cambia, pero podemos seguir identificando las otras. Sin embargo, con la información que nos llega del espectro visible, esto no sucede. Si recibimos varios tonos de luz puros, los combinamos en uno nuevo sin poder identificar sus componentes. Respecto al sonido, es como si al mezclar un do y un re obtuviéramos un mi. Nuestros receptores de luz son mucho más pequeños, de acuerdo con la naturaleza de las ondas que reciben. Las ondas de sonido son más grandes, como lo son los receptores con que las interpretamos.