5.5. Construcción y posibles materializaciones de la onda
Hemos ido viendo la onda como un movimiento que implica un transporte de energía y de información. Como elemento en movimiento ha sido y es muy utilizada en el arte cinético, desde clásicos del op art, que crearon numerosos efectos ópticos (muchos de ellos basados en ondas), a escultores como Lyman Whitaker, que utiliza la energía eólica para realizar esculturas cinéticas basadas en movimientos ondulatorios.
Cabría citar como capítulo aparte el estudio Olafur Eliasson, siempre interesado en plasmar aspectos de la realidad física y científica, mediante instalaciones efectistas y envolventes que conllevan un alto grado de conocimiento de los procesos técnico-científicos involucrados. Sus miembros han desarrollado múltiples piezas basadas en los fenómenos ondulatorios del electromagnetismo y de las ondas mecánicas en general.
Además de movimiento, la onda también es el rastro de un movimiento. Lo hemos visto en la fotografía de los dibujos que deja una serpiente sobre la arena; es visible también en los que deja el viento sobre el desierto o el mar en el fondo arenoso. También se da en patrones vegetales y de pigmentación animal, como rastro y vestigio de una determinada formación, sujeta a unos condicionantes físicos que son equiparables al fluido. De hecho, se habla a menudo de fluidos magnéticos y eléctricos. Las conexiones entre los fluidos físicos y «biológicos» de un determinado patrón son siempre fascinantes. Esta característica de «rastro» abre un abanico de posibilidades de formalización muy interesantes que conectan con temas más amplios como la ausencia o lo invisible. La onda mecánica es un fenómeno visible, pero no así las ondas electromagnéticas, que están asociadas a los campos eléctricos, a los campos de fuerza. Conceptos que han generado multitud de materializaciones diversas en el ámbito del arte y, en concreto, de la escultura.
Un río serpentea con un movimiento ondulatorio muy semejante al de los reptiles. Podemos imaginar que así ha sido, es decir, fluctuante, la generación de patrones en pieles y tejidos vegetales, desde la cebra a la salamandra, de la sandía a la trufa. Muchos artistas se han fijado en estos movimientos ondulatorios, plasmándolos en obras e instalaciones. Por ejemplo, es un motivo recurrente en Andy Goldsworthy, que lo aplica en multitud de materiales naturales y en intervención directa con el medio. La arcilla, la piedra, las hojas o la lana le sirven para generar este patrón en los más diversos contextos.
La onda mueve y genera movimiento. También desde la estaticidad. Lo sabía muy bien Gaudí, que utilizó en su arquitectura numerosos ejemplos de ondas, de movimientos ondulatorios, dando un dinamismo que confiere una organicidad insólita a sus construcciones. Pero lo saben bien otros arquitectos, como Renzo Piano.