1. De la Edad Media al Barroco

1.3. El Renacimiento

1.3.3. La representación de la naturaleza y la apertura a la experimentación

Con la introducción de estas nuevas teorías basadas en los ideales humanistas, los artistas comienzan una serie de experimentaciones técnicas. La importancia que se da a la iluminación, como hemos visto, influye de manera decisiva en el uso del color y en la actividad del artista.

Las restricciones propias de la Edad Media que censuraban las mezclas cromáticas, poco a poco van dejando paso, con el desarrollo del óleo, a nuevas formas de entender el color. Como ya apuntamos anteriormente, con la aparición de los nuevos colores, los pigmentos como el bermellón y el azul ultramar se fueron abaratando; en consecuencia, se fueron despojando de su carácter inaccesible y sagrado. El uso de estos pigmentos puros, sin mezclar, tampoco favorecía la armonía del color que era el nuevo objetivo.

En el Renacimiento, la belleza era un asunto que se podía cuantificar, se podía traducir en cuestiones matemáticas como la proporción. Podemos entender hasta qué punto esta búsqueda de la armonía cromática supuso todo un problema para los artistas. Ante las nuevas posibilidades que ofrecía el óleo los pintores, tuvieron que comenzar una nueva andadura con la finalidad de organizar el color.

El uso del lienzo como soporte, en detrimento del fresco o la tabla, también favoreció las diferentes posibilidades de experimentación. Los contornos sobre la tela se podían suavizar de forma más precisa que sobre el yeso o el panel que los marcaba de forma dura. Con la nueva clientela compuesta por la creciente burguesía, se requerían obras que pudiesen transportarse con facilidad, lo cual propició el uso del lienzo para los encargos que no pertenecían a la Iglesia.

Los pintores florentinos utilizaron con profusión la técnica de la veladura, con la que crearon complejos y exuberantes matices de color.