2.2. El Realismo
A la generación que surge después del romanticismo se la ha denominado realista. Algunos de los integrantes más destacados de este grupo formado por artistas y escritores franceses son Honoré Daumier (1808-1879), Millet (1814-1875), Gustave Flaubert (1821-1880) y uno de los más influyentes poetas y críticos de la época, Charles Baudelaire (1821-1867). El realismo alcanzó su madurez en la Francia de 1840. En esta época, confluyeron varios sucesos que generaron un ambiente de crisis que llevó a la percepción de una ruptura cultural. Estos cambios se conceptualizaron con un nuevo nombre que definiría una nueva época la modernidad.
Courbet se proclamó portavoz del movimiento realista, se definió como socialista, republicano, partidario de la revolución y, ante todo, realista.
La máxima del realismo será mostrar las cosas «tal como son»; para ello será necesario romper de forma definitiva con las reglas de la academia y con el clasicismo, representado por artistas como J. L. David.
Como se ha señalado (Eisenman, Crow, Lukacher, Nochlin y Pohl, 2001), las obras de estos artistas realistas son totalmente coherentes con los valores expresados por Karl Marx en El manifiesto comunista, publicado en 1848, el mismo año en que estalla la insurrección popular en París, dando lugar a la revolución francesa de 1848.
Como se ha dicho antes, a partir del romanticismo, un nuevo «sujeto» se incorpora al espacio pictórico. El artista realista introducirá estos nuevos personajes en sus obras, pero despojándolos de toda aura heroica o idealista. El realismo se opone diametralmente al espíritu romántico que se evadía de la realidad. La modernidad proclamada por Baudelaire reclamaba atender a los asuntos actuales, al mundo de la ciudad, las chimeneas de la fábrica y el trabajo del campesinado.
El cuadro de Courbet Entierro en Ornans (1849-1850), expuesto en el Salón de 1951, supuso todo un escándalo. El público, desconcertado, no entendía cómo una obra de tales dimensiones (314 x 665 cm) podía representar un asunto vulgar y a gentes vulgares. En esta época, el público de los salones estaba más acostumbrado a ver escenas grandiosas, heroicas, dignas de magnificar en un lienzo de tales dimensiones. La obra de Courbet desafiaba así todas las convenciones, declarando lo efímero y provisional de las reglas.
La actitud de los realistas era tan subversiva ante las convenciones pictóricas que poco a poco fueron despojándose de toda literatura para centrar todo su interés en el cómo se ejecuta una pintura (Malpas, 2000).
En este sentido, el paisaje, que había sido objeto primordial para el artista romántico, pierde ahora toda relevancia. Recordemos que para el romántico su relación con el paisaje se basaba en la experiencia de lo sublime; toda la técnica del pintor y el estudio del color se supeditaba a la representación del mundo simbólico y expresivo del artista.
La representación, una vez despojada de estos elementos, se convierte en terreno fértil para la investigación de cuestiones meramente plásticas. A partir de este momento, el paisaje se convertirá en objeto estratégico fundamental en el desarrollo del arte moderno anterior a las vanguardias del siglo XX (Calvo Serraler, 2010).