1. Definición de sector privado

1.2. Qué entendemos por sector privado de las artes visuales

El conjunto de actividades incluidas en la definición de artes visuales ha ido ampliando la categoría tradicional artes plásticas propia de las Bellas Artes. La percepción del sector privado de las artes se ve influenciada, y en buena medida distorsionada, por noticias que de vez en cuando ocupan las portadas de diarios, informando de los récords de grandes casas de subastas. Podemos poner como ejemplo los casos de Giacometti y Picasso, entre muchos otros posibles (Peiron, 2015; Agencia EFE, 2015).

Estos titulares, con todo su exceso, no son baladí, sino que expresan la percepción altamente extendida de que las artes visuales, y el arte contemporáneo en concreto, son «cosa de unos pocos», herméticas (en su contenido) y elitistas (en su fruición). Y, consecuentemente, que la inversión de dinero público en semejante actividad no está justificada. ¿Es el sector privado de las artes un juego de unos pocos privilegiados? ¿Tenía razón Ángel García González cuando se lamentaba de que el arte contemporáneo había sido secuestrado por los ricos? (Riaño, 2011).

Sin embargo, los sectores tanto privados como públicos de las artes visuales se ocupan de bienes culturales cuyo interés y disfrute pertenece a todos porque forman parte del patrimonio cultural de un Estado cuyo imperativo es amparar, valorizar y promocionar los bienes culturales, independientemente de su propiedad, que puede ser pública o privada.

La definición de la Convención para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado de la UNESCO afirma que:

«[…] se consideran bienes culturales, muebles o inmuebles, aquellos que tienen gran importancia para el patrimonio cultural de los pueblos, como los monumentos de arquitectura o de historia, los campos arqueológicos, las obras de arte, los libros, y los edificios cuyo destino principal y efectivo sea contener bienes culturales.»

UNESCO (1954).

De ahí que, aunque un bien cultural, pongamos como ejemplo un cuadro de Picasso, sea de propiedad privada, el Estado pueda impedir que esta obra salga del país para salvaguardar el patrimonio nacional (Agencia EFE, 2020).

Es indudable la existencia de una plutocracia (Delbourgo, 2016), pero las instituciones, tanto públicas como privadas, somos todas, en el sentido de que participamos más o menos activamente de estas. La creciente y preocupante concentración de riqueza en el 1 % más privilegiado de la pirámide social se extiende a todos los aspectos del mundo actual, y también el sector privado de las artes participa de esta realidad. Es necesario entonces no separar el sistema del arte del «mundo real» como idealmente se tiende a hacer en virtud de una confusión metonímica: confundir el arte con el sistema del arte, confundir el significado de obra con las dinámicas del sistema en el que esta circula. Cuando se mueve en el mercado, la obra de arte es una mercancía peculiar, y la autonomía del juicio estético allanó el camino para alcanzar este estatus. Aun así, el arte no es elitista, mientras que su mercado, en ocasiones, lo es.