3.3. La precariedad
3.3.1. Sobre el 1 %
En la parte alta del mercado de arte, un número reducido de galerías abastecen a un número limitado de clientes.
«¿Cómo ganan su dinero los principales coleccionistas del mundo? ¿Cómo se relacionan sus actividades filantrópicas con sus operaciones económicas? Y ¿qué significa para ellos coleccionar arte y cómo afecta esto al mundo del arte? Si miramos las rentas de esta clase social, llama la atención que sus beneficios se basen en el aumento de la desigualdad de las rentas en el mundo. A la vez, esta redistribución de capital tiene una influencia directa en el mercado del arte: cuanta más discrepancia existe entre ricos y pobres, más aumentan los precios en este mercado. Parece entonces, que la situación reclama con urgencia el desarrollo de alternativas al sistema actual.»
Estas son algunas de las cuestiones que plantea Andrea Fraser al analizar la situación del sistema de las artes, en el que el mercado mantiene un rol poderoso que afecta a todos los demás integrantes de dicho sistema. Continúa la artista norteamericana:
«En lugar de volverse hacia los coleccionistas para que subvencionen la adquisición de arte a precios grotescamente inflados, los museos europeos deberían alejarse del mercado del arte y del arte y los artistas valorados en él.»
Fraser advierte en estos términos a las instituciones europeas en su incuestionable viraje hacia un modelo museal americano, casi exclusivamente privado, y anhela una separación neta entre lo que le debería interesar a los museos y los artistas que tienen éxito en el mercado. Sin embargo, esta dicotomía es extremadamente compleja, tanto en teoría como en la práctica.
Hasta los años noventa, los artistas que tenían éxito comercial eran sospechosos entre los productores culturales. La opinión de Pierre Bourdieu (1994, pág. 183) era ampliamente compartida: el artista puede triunfar en el terreno simbólico solo si pierde en lo económico. La situación ha cambiado; actualmente el éxito en el mercado captura la atención de la prensa (generalista en su mayoría, pero no solamente), que lo difunde acríticamente, lo que le otorga cierto prestigio en lo simbólico (Graw, 2015, pág. 59).
En 1989, los comisarios de la Bienal del Whitney se preguntaban: ¿hemos llegado a una situación en la que la riqueza es el único árbitro de valor consensuado? Otros, más optimistas, argumentan que en un
«mundo del arte gobernado cada vez más por imperativos económicos y por un mercado global que juega con frecuencia el rol de árbitro en las cuestiones artísticas, la Historia del Arte sigue siendo requerida como póliza de seguro.»